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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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¿se elimina?». Si ningún consejero apoyaba al nombrado, éste quedaba eliminado. Tras la primeraronda quedaron en pie diecinueve. Todavía eran muchos. Torcuato propuso otra criba eliminatoria,pero secreta. Quien obtuviera al menos ocho votos superaba esa selección. [7]Ya en la primera fase cayeron hombres de gran notoriedad, pero con escasos apoyos en el Consejo;entre ellos Fraga, Areilza, Castiella, Osorio, De Santiago, Ruiz-Giménez, Calvo-Sotelo, Barrera deIrimo, Galera Paniagua... [8] Fraga y Areilza, figuras estelares del Gobierno de Arias, fueron abatidoscon idénticos resultados: cinco votos a favor y once en contra.Por ese sistema de «no mantener», fueron vetados los candidatos que suscitaban menos interés delos consejeros. Había un indicio claro, aquellos electores defendían a los hombres de sus familiaspolíticas: tecnócratas, democristianos y movimientistas. Y cada consejero, en el trance de eliminar,no sólo abatía a sus adversarios, también barría del campo a los más débiles o menos estimados desu propio sector, para salvaguardar a los de mayor predicamento.Las batidas eran cada vez más tensas, el cerco más estrecho y las piezas más apreciadas. Hubo unmomento en que, casi por unanimidad, quedaban nueve nombres sobre la mesa: Gonzalo Fernándezde la Mora, Alejandro Rodríguez de Valcárcel, José García Hernández, Laureano López Rodó,Federico Silva Muñoz, Gregorio López Bravo, Adolfo Suárez, Alfonso Álvarez de Miranda y CarlosPérez de Bricio.Torcuato vio que, entre esos nueve nombres, había cuatro de aquella «lista de los siete del Rey»que Don Juan Carlos le entregó en abril: Silva, López Bravo, Suárez y Pérez de Bricio. Tambiénpercibió que el juego de familias funcionaba. Tres tecnócratas: Fernández de la Mora, López Bravo yLópez Rodó; tres «azules»: Rodríguez de Valcárcel, García Hernández y Suárez; tres democristianos:Silva Muñoz, Álvarez de Miranda y Pérez de Bricio.Alguien recordó allí lo que dijo monseñor Cantero: «No presentemos al Rey una lista con treshermanos gemelos... sería un trágala.» Y todos estuvieron de acuerdo en que «la terna debería tenercoloración variada: un nombre de cada familia».La última votación de ese día —ya de noche— tumbó a López Rodó, a García Hernández y a Pérezde Bricio. Sólo permanecían seis.Los consejeros estaban relajados: cada uno había conseguido mantener a dos de su predio político.Y no había ningún nombre «discordante»: todos procedían del régimen.Torcuato les reiteró la necesidad del sigilo y de evitar contactos que pudieran presionarlos.Suspendió la sesión y los emplazó para la mañana siguiente a las nueve y media.¿Por qué ideó Torcuato ese juego de prestidigitación para que al final saliera Adolfo Suárez de suchistera? Él sabía que Suárez no tenía camarillas ni amigos ni deudos en el Consejo del Reino. Eraun joven valor en ciernes. No suscitaba adhesiones, aunque tampoco rechazos. No tenía adeptos, perotampoco enemigos. Nadie le había puesto la proa, nadie le consideraba peligroso. Por eso «el Magode Oz» decidió jugar esa baza como estrategia: que los consejeros propusieran libremente a todoslos posibles. Contaba, eso sí, con un preacuerdo: Araluce Villar, De la Mata o Primo de Rivera lepondrían en sus primeras listas. A partir de ahí, la cacería: podría no ser el más votado, pero sí elmenos vetado. Y hasta ese momento la táctica estaba dando resultado.Pese a la recomendación de mantener el secreto, Luis Álvarez Molina, consejero por laOrganización Sindical, no fue capaz de «no ponerse al teléfono» aquella noche, cuando le llamóRodolfo Martín Villa, su ministro en funciones.—No hemos terminado, Rodolfo. Intenso, distinto... El sistema no es votar, sino eliminar. Hancaído Areilza, Fraga, López Rodó, Licinio... Como una escabechina de opositores. Ya sólo quedanseis candidatos, y no está ninguno de los clásicos. Seguimos mañana. [9]

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