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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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llame, ¡para nadie!». Se acodó en su mesa de escritorio, redactó unas líneas al Rey en las quepresentaba su irrevocable dimisión alegando su absoluta falta de fe en la capacidad del presidenteSuárez para llevar adelante la empresa de la reforma. Y cursó una solicitud de reanudación deservicios en el cuerpo de letrados del Consejo de Estado.Al Rey no le importaba que Areilza dejase el Gobierno. Incluso lo prefería, y así se lo dijo uno deesos días a Marcelino Oreja, que le sucedería en Exteriores. En cambio, le interesaba la continuidadde Fraga por su crédito entre las élites franquistas, por el grueso de procuradores que confiaba en ély por las garantías de orden que su autoritarismo ofrecía al estamento militar.En cuanto entregaron al Rey la carta de Fraga, alargó el brazo hacia el teléfono y pidió que lepusieran al habla con él. Lo ocurrido a continuación fue patético. Respondió a la llamada CarmenEstévez, la mujer de Fraga. Fue presurosa al despacho de su marido, llamó a la puerta con losnudillos. «Manolo, abre, es el Rey... ¡Manolo, que es el Rey al teléfono...!» El domicilio de Fragaera un piso no muy grande, en un bloque de viviendas de profesores por la zona de Argüelles. El Reyal teléfono lo oía todo. Por supuesto, la respuesta a gritos del gran líder indignado. «¡He dado unaorden: no estoy para nadie, y ese nadie incluye también al Rey!» Carmen se excusaba muycompungida: «Perdone, Majestad, este hombre, tiene esos prontos... Está muy disgustado, pero se lepasará...»Don Juan Carlos, muy determinado, buscó otro cauce: llamó al banquero Emilio Botín padre:«Emilio —le explicó—, quiero transmitirle a Fraga un ofrecimiento de Adolfo Suárez para que sigaen el Gobierno; pero se ha encerrado, no se me pone al teléfono y su mujer llora como unaMagdalena... Inténtalo tú, a ver.» Botín hizo la gestión, y también fue inútil. [28]Al día siguiente, Leopoldo Calvo-Sotelo insistió de nuevo, en nombre de Suárez. Fraga estaba ensu despacho de Gobernación embalando en cajas sus papeles y efectos personales. «Lo siento, miquerido amigo: la Monarquía me ha jubilado. No tengo más que decir.»Tal como acordaron entre los huevos fritos con salchichas, Alfonso Osorio se convirtióinmediatamente en «el vice» de Suárez. Tiempo atrás, el Rey le había dicho: «Alfonso, procurallevarte bien con Adolfo. Juntos podríais ser un tándem formidable.» Ya en la noche del sábado 3,Adolfo le encomendó la elaboración de un Gobierno con una horquilla muy abierta a las diversassensibilidades centristas.—Mis amigos no son políticamente presentables..., proceden del Movimiento, no darían imagen decambio político, ni de mano tendida para que se integre la izquierda. ¡Menuda pitada...! Haz tú lalista como te parezca. Hombre, en lo posible, no te limites a tus democristianos, aunque es un buenbancal. Llama a muchas puertas, toca muchos timbres, que mucha gente se sienta convocada. Aunquenos digan que no, luego lo contarán por ahí...—¿Y cuáles son tus nombres? ¿Navarro, Graullera, Manolo Ortiz, Rafa Anson...?—No. Yo sólo tengo un par de nombres que me gustaría que estuviesen: Fernando Abril e IgnacioGarcía López. Ignacio no lo hará nada mal si le encomiendas el Movimiento, porque conoce sustripas y le va a tocar liquidarlo. [29]Osorio, en efecto, tocó muchos timbres, habló con más de cuarenta políticos o personajes notoriosdel mundo académico, empresarial, judicial... Los síes fueron muchos y muy discretos. Los noespocos, pero muy sonoros. Para el que iba a ser realmente el primer Gobierno del Rey fueronsondeados personajes de tan diversas ideologías como Miguel Boyer, Francisco Fernández Ordóñez,Antonio García López, Josep Pallach i Carolà, Ramon Trias Fargas, Eduardo García de Enterría,Enrique Fuentes Quintana, José Lladó Fernández-Urrutia, Luis Sánchez Agesta, Ricardo DíazHotchleiner, Federico Mayor Zaragoza, David Pérez Puga, José Luis Meilán, Ramón Entrena Cuesta,

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