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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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y el primero de ellos era que esa censura debía adoptarse por mayoría absoluta. Es decir, debíacontar con el respaldo de la mitad más uno de los 350 miembros de la Cámara, 176 votos dediputados. La segunda condición era que debía incluir a un candidato a la presidencia del Gobierno.Luego había unos plazos y otras condiciones. Pero las fundamentales para su uso correcto y legítimoeran éstas: contar con un candidato alternativo y el apoyo de 176 votos. La censura no estaba previstapara criticar o castigar o dejar hecho unos zorros al jefe del Gobierno, sino para cambiarle por otro.Tenía que ser necesariamente «alternativa y constructiva». La moción de censura no podía reducirsea un ejercicio «testimonial o moral, aunque se pierda», como también afirmaban Alfonso Guerra yPeces-Barba; requería una cuantificación numérica para que no se perdiera. El «ganarla o no», lejosde ser «secundario» como decía Felipe, era fundamental. No bastaban las ganas políticas o el pruritomoral de quitar al presidente en ejercicio, la enjundia y la correcta finalidad de una moción decensura era garantizar gobiernos estables. Para ello, el candidato propuesto debía tener «mayormayoría» de respaldo que el presidente al que se pretendía derribar.Los votos eran habas contadas. La UCD tenía 168, y todos ellos habían asegurado por su honor queno habría ninguna fuga. Los ocho diputados de la minoría catalana, a través de su portavoz MiquelRoca, y los diez de CD de Manuel Fraga se comprometieron a abstenerse, y así lo hicieron. Por suparte, los siete diputados del PNV y los tres de HB confirmaron su ausencia, como venían haciendo.Diez votos, pues, de los que el PSOE no podría disponer; aunque los llamaron, ya que en esa fechaiban a estar en Madrid para ir a los toros y gestionar en La Zarzuela la audiencia del Rey aGaraikoetxea.La moción anunciada partía con un respaldo enteco e insuficiente: sus 120 escaños —Felipe no ibaa votarse a sí mismo—; el del socialista vasco Carlos Solchaga; los veintitrés del PCE, los cinco delandalucista Rojas Marcos y quizá tres que lograsen arañar del Grupo Mixto: el vasco Bandrés, elcanario Sagaseta y el ex socialista Andrés Fernández Fernández. Un total de 152 votos, que losdirigentes del PSOE conocían de antemano.En los cinco días que obligatoriamente debían transcurrir entre la presentación y la votación, losoficiantes del PSOE no pararon. Se trataba de sumar. Cualquier voto era bienvenido. Hablaron conAreilza, Senillosa, Osorio, Joaquín Molins, Miquel Roca, Hipólito Gómez de las Roces, JesúsAizpún, Letamendía... Supieron que Blas Piñar había dicho: «Firmaría una moción de censura a esteGobierno la presente quien la presente.» [108]Alfonso Guerra había declarado desde la tribuna: «Quede claro que nuestra búsqueda de apoyospara la moción se ha detenido justamente en el umbral del grupo político UCD. No hemos tenido enningún momento la intención de intervenir ahí. Si la UCD ha de romperse no será por nuestroesfuerzo; tal vez lo sea por el esfuerzo de don Adolfo Suárez.» Y Felipe González, en pasillos, loremachó: «Llevo días sin querer estar ni hablar con dirigentes políticos, para que nadie interpreteque...» Y Peces-Barba: «No queremos romperle a Suárez su partido.» Pero no era cierto. Casi unatreintena de diputados de la UCD fueron tanteados por emisarios del PSOE para que votasen a favorde la censura/investidura de Felipe.Uno de esos días, por la tarde, Pío Cabanillas, Rodolfo Martín Villa y Paco Ordóñez salieronjuntos de las Cortes y se sentaron a merendar en Frigo, muy cerca. Luego, en el coche de uno deellos, se fueron a Aravaca a ver a Joaquín Garrigues. Felipe González y Alfonso Guerra ya le habíanpropuesto: «Vota la censura, a modo de descontento, y así le das un susto a Suárez, para queescarmiente y decida cambiar.» «Si aguanto vivo hasta el Congreso de enero de la UCD, ésa será laocasión», les contestó. A Pío, Paco y Rodolfo, Garrigues Walker [quien por entonces tenía leucemia]les dijo: «Tengo idea de ir a votar por Suárez. No porque piense que sin mi voto se vaya a producir

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