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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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urbanización en Baqueira-Beret, y cenas con larga sobremesa hasta las tantas en Baqueira o enArties. Armada subía desde Lleida, siempre que el Rey le llamaba. Subía al atardecer por respetarlas horas de esquí. Cenaban juntos y luego el general hacía noche en el parador de Don Gaspar DePortolá o en cualquier otro cercano.Desde el invierno de 1980, como Armada había sido destinado a Lleida y la Familia Real solía ir aBaqueira cuando había nieve, tuvieron más ocasiones de estar juntos. «Yo subía desde Lleida aBaqueira muchas veces —escribió más adelante el general—, siempre que el Rey me llamaba. El 8de febrero de 1980, por primera vez. Después, en la primavera, dos veces para cenar con el Rey.Una, en el hotel Montarto, nos acompañaba un extranjero que había alquilado un helicóptero paradesplazarse desde Zaragoza. La otra, estuvimos en la casa de La Pleta, entonces conocí ese modestoy simpático refugio de los Reyes. En el otoño de 1980, la nieve tardaba en llegar y los Reyesvinieron muy poco. Sólo subí una vez.» [12]Esos y otros encuentros, en Baqueira y en La Zarzuela, darían pie a influencias no inocentes, y nisiquiera un Rey estaba inmunizado para resistir a la tentación.En el jalón de las visitas y las audiencias, importa decir que el general Armada tenía franquiciaespecial para entrar en La Zarzuela. Iba allí como uno de la Casa. Incluso, con más fácil entrada quecualquiera, porque durante veinticinco años había sido instructor militar, preceptor y consejero delpríncipe Juan Carlos, y su secretario general desde que fue proclamado Rey.Armada hubiese podido estar aquí el 23-F, con toda normalidad, como un día más —comentaría laReina años después, recordando la vivencia del golpe de Estado en La Zarzuela—; podía habervenido a tomar café, ¿por qué no? Tenía confianza de sobra. Y si los golpistas esperaban encontrarleaquí como señal de que el Rey apoyaba el golpe, pues aquí podrían haberle encontrado...¡facilísimamente!» [13]El espía que entraba en La Zarzuela sin llamarDesde que en 1977 Gutiérrez Mellado reorganizó los servicios de inteligencia y creó el CESID, sesucedieron tres directores en menos de tres años: José María Bourgón, Gerardo Mariñas y NarcisoCarreras. Ninguno de ellos tenía la menor idea del complejo mundo del espionaje y de sussofisticadas técnicas. En julio de 1980, ocupaba el puesto de director Narciso Carreras, un marino.Con toda dignidad y bonhomía, pero consciente de que su jefatura era interina y de que quienesrealmente movían los resortes operativos de la casa eran el secretario general Javier Calderón y eljefe de Operaciones Especiales, José Luis Cortina. Como en todo servicio secreto estatal, su campode acción no tenía fronteras, y bordear la legalidad era para ellos su manera habitual de moverse enlo gris.Cortina, un cuerpo diminuto, una inteligencia inaudita y un rostro de los que se ven y se olvidan,como fabricado de encargo para un espía, era respetado por sus jefes y admirado por sus agentes.Capaz de montar un golpe de Estado haciendo creer que lo está desmontando, y en todo caso sindejar huellas. O de secuestrar al Rey, burlando todos sus servicios de seguridad, escoltas yradioteléfonos de control, y manteniéndole como «rehén» durante tres horas en una sede del CESID.Habían hecho una apuesta y Cortina la ganó.El comandante Cortina —Thor, dios del trueno, como alias secreto— era uno de los habitualesinformadores del Rey. Por supuesto, de sus visitas a La Zarzuela nunca quedaba rastro. Iba cuandotenía algo importante que transmitir. Sin pedir audiencia ni pasar por la caseta de control. Era el

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