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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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censura, sino los votos para respaldarla. Ha preparado el suministro de la noticia de modo que notrascienda de la cúpula del partido y de sus colaboradores de La Moncloa; pero sí quiere tener unostestigos, amigos y no tan amigos, que lo sepan con antelación de modo que el Rey no pueda jactarsede haber forzado su salida. Quiere que el Rey sea el último en enterarse, precisamente «porque nadieme echa, me voy yo». De ahí su insistencia en que «no digáis nada, porque aún no se lo hecomunicado al Rey». Tampoco descarta, más bien lo espera, que en el momento de la verdad elmonarca intente retenerle. Incluso por motivos prácticos. Como los señores de la huelga, «equisdías», «hacer tiempo».Alrededor de la una y cuarto de la tarde del martes 27, en un Mercedes negro blindado, Suárez salehacia La Zarzuela. Llega a la una y media, cuando el Rey no ha regresado todavía del Palacio Real.Desea estar antes con Sabino y avanzarle la noticia. También ha comunicado su decisión a suayudante de campo Cristóbal López Cortijo, oficial de la Armada, que está de servicio ese día.No es extraño que Suárez suba a La Zarzuela un martes, almuerce con los Reyes y despachedespués con Don Juan Carlos.El Rey tenía presentación de credenciales en Palacio Real —evocaba Sabino tiempo después—.Adolfo me llamó por la mañana para saber si se mantenía su almuerzo con el Rey.—¿Sí? Pues voy un rato antes, porque quiero verte.Ya en Zarzuela, pasó a mi despacho y me requirió como testigo:—Sabino, he querido que lo sepas tú antes, por si fuera necesario hacer constar que vengo adimitir, que me voy porque quiero, no porque haya recibido presiones o indicaciones del Rey. Es unadecisión mía, libre, personal y muy pensada. Nadie me lo haya sugerido... Temo que luego el Reyalardee de haberme «invitado» a tomar el portante, como a Arias. Y no es así: a mí no me echan, yome voy. Y no sólo te autorizo a que lo digas por ahí, sino que te agradeceré que lo hagas.—Pero, Adolfo, no me puedo creer eso que dices... ¡Cómo vas a dimitir! ¿Qué ha pasado?—Ha pasado que... he perdido todos los apoyos: fuera y dentro de mi partido, en el grupoparlamentario, en el Gobierno; los apoyos de la patronal, la banca, los sindicatos, un sector de laIglesia, el Ejército, la prensa... Y últimamente he percibido de modo claro que hasta he perdido elapoyo y la confianza del Rey.—Adolfo, mientras seas presidente del Gobierno, seguirás teniendo el apoyo del Rey. Uno, porqueel Rey debe apoyar a quienquiera que sea su jefe de Gobierno, mientras no perpetre traiciones a lapatria o actos delictivos contra el interés nacional. Y dos, porque la Constitución no contempla loscaprichos, ni las simpatías o las antipatías del Rey. [31]En cuanto llegan los Reyes, pasan al comedor. Sabino no come con ellos porque tiene uncompromiso en Madrid, pero regresará enseguida. Un menú muy casero: arroz a la cubana, terneracon salsa y quesos. La Reina detecta cierta tensión en el ambiente. Adolfo, que normalmente comentatemas de la actualidad, ese día está poco expresivo, silencioso y apenas prueba bocado. «Adolfo,¿ocurre algo?», le pregunta la Reina. Él esboza una sonrisa y, disculpándose por no haber comidocasi, dice: «Es que he pasado un gripazo de pie, y los desenfrioles y las aspirinas me han dejado elestómago changao».El Rey y Suárez suben al despacho.—¿Qué es eso tan importante y tan urgente que tienes que decirme?—Que me voy, señor. Sí. He pensado muy seriamente que debo irme. Irme y, como decía Maura,que gobiernen... los que no me dejan gobernar.El Rey le escucha en silencio, el rostro impávido, sin mover un músculo, la mirada opaca. En posede Rey, no de amigo. [32]

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