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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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Carlos March. Según los comentarios del anfitrión y de algunos comensales, como el ex ministroPérez de Bricio, el diputado centrista Arturo Moya o el empresario José Antonio Segurado,encontraron a un Adolfo «muy en baja forma», «con decaimiento personal», «hundido y sin reflejos»,«crispado, nervioso», «acusando soledad y viendo traiciones por todas partes». [62] O tal vez elpresidente se mostró deliberadamente así, menoscabado y venido a menos, porque era la imagen quele interesaba dar ante unos personajes de los que no se fiaba ni mucho ni poco. Salvo Carlos Pérezde Bricio, los otros eran asiduos a los almuerzos y «tenidas» que desde 1977 montaba Luis MaríaAnson en la Agencia EFE, donde se entretenían exhibiendo «fórmulas legales» para quitar a Suárez yponer a otro. Eran conspiraciones de amateurs, morbillo maledicente..., pero lo hablado en esascomidas ya empezaba a cundir, y la mesa del comedor de EFE se extendía para dar cabida a losgenerales Burgón y Faura, del CESID; a los directores de El Imparcial, Julio Merino, y de ElAlcázar, Antonio Izquierdo; al presidente de la CEOE, Carlos Ferrer Salat; al político AlfonsoOsorio, resentido con Suárez y trasvasado a Fraga... Se pusieron de moda las «comidas concomidilla». Las lentejas de Mona J. con postres confeccionados por una sobrina nieta del zarAlejandro. Los consomés al frío-caliente con paté y caviar junto a la piscina de Alfonso Fierro. O elcarpacho de buey a la parmesana y los espaguetis a la carbonara, en Tattaglia. Éstas de Tattaglia, enel paseo de La Habana, eran comidas baratas, de tres o cuatro comensales, no más. Ahí almorzabaAlfonso Osorio con Antonio García López, el ambiguo y ubicuo conspirador, que un día le llevaba aPablo Castellano y a Gómez Llorente, del PSOE derrotado, y despotricaban de todo, sin ponerse deacuerdo en nada; y otro buen día el comensal era Javier Solana, y ya se habló de «un Gobierno degestión»; incluso de «un Gobierno de concentración, que implicase a todos los partidos conrepresentación parlamentaria... y que el Rey aceptaría». [63]En las encuestas oficiales, las de consumo interno del Gobierno, Suárez conservaba prácticamenteintacto el porcentaje de intención de voto. Sin embargo, era la diana de todas las invectivas en laprensa y en los saraos de la jet politiquera. La pregunta del millón en los cenáculos madrileños eraquién sería el hombre idóneo que le pudiera sustituir. Dando por hecho que las urnas en marzo sehabían equivocado. Un hombre como el honorable Josep Tarradellas, curtido en exilios deresistencia a la dictadura, un mito viviente del seny català, aureolado de prudencia política, habíaresuelto dedicarse —él sabría por qué— a agitar la colmena.En julio, pasó un par de semanas en Madrid. Como siempre, con la agenda repleta de citasimportantes. El día 3 se reunió con Suárez en La Moncloa durante un par de horas. Al salir dijo a losperiodistas: «¡He encontrado a mi Suárez de siempre!» El 14 de julio tuvo un extenso mano a manocon el Rey en el Palacio Real. Y a los tres días, un almuerzo en el Club 24 con un repóquer debanqueros: Aguirre Gonzalo, Usera, Sánchez Asiaín, Galíndez, y Carvajal y Urquijo. Todos elloshabían leído en la prensa su comentario sobre Suárez, y lo tomaron como un elogio político,humanizado con el posesivo cariñoso, «mi Suárez». Por tanto, les sorprendió que en la sobremesaTarradellas hiciera una crítica bastante dura de la gestión del Gobierno y del presidente: «Conmigose ha portado estupendamente, pues ha cumplido todo lo que me prometió; pero... reconociendo queha sido el hombre ideal para la Transición, estoy completamente en desacuerdo con su manera actualde gobernar, y especialmente con su falta de autoridad. Yo diría que Suárez no es el hombre para lanueva etapa del país.» [64]¿Tan versátil era, a sus años, como para cambiar de opinión en dos semanas? ¿Estaba trasladando aesos mandarines de las finanzas la visión que el Rey, en el ínterin, pudo haberle dado de Suárez? Osimplemente estaba diciendo lo que pensaba: Suárez sigue siendo el de siempre, y no se da cuenta deque los tiempos han cambiado.

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