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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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vicesecretario general del Movimiento, acudió al Consejo de Estado para tomar posesión de su plazade consejero nato y le atendí yo. Fue nuestra primera conversación y hablamos ya del futuro político.Me sorprendió que un hombre del Movimiento estuviera ya en esa idea de cambiar la realidadpolítica, y con gran entusiasmo. Por cierto, cuando ya nos despedíamos en aquellas escalinatasalfombradas, con una sonrisa encantadora me dijo: «Si yo fuera presidente, tú no estarías aquíhaciendo dictámenes.»»Al cabo de un año, viviendo aún Franco, volvimos a encontrarnos por la calle Génova. Adolfocruzó a la acera donde yo estaba y reanudamos aquella primera conversación. Le dije, como en untelegrama: «Lo que hay que hacer es una convocatoria de elecciones generales para que se forme laasamblea constituyente.» Y me contestó: «Lo haremos, Landelino. Tú conmigo, en cuanto yo seapresidente del Gobierno.» Y no con una sonrisa encantadora, sino muy serio.De modo que cuando Osorio, en el trajín de componer el Gobierno, llamó a Landelino, compañerosuyo del Grupo Tácito: «Oye, Lande, que el presidente querría verte», no necesitó explicar más.Desde aquel tanteo del Rey con «mando a distancia», Landelino ya era in péctore el futuro ministrode Justicia. [32]«Dicen que no encuentro ministros, pero hay cola de espera»Por recomendación del monarca —y a Suárez le pareció bien— siguieron al frente de sus carterasPérez de Bricio y Lozano Vicente.El Rey impuso a Suárez la permanencia de los cuatro ministros militares. Un trágala. Pero tambiénle alertó, «una cosa es la prudencia y la cortesía, y otra cosa es el temor reverencial. Tú haz lo quedebes hacer y no dejes que te marquen el paso». Más aún, le recomendó que resolviera el Gobiernocuanto antes, para no prolongar la presidencia interina del teniente general De Santiago.Antes de cerrar el cuadro del gabinete, y mientras Fraga seguía bramando, Suárez intentó la doblejugada de entregar Gobernación a un militar, lo cual tranquilizaría a los «duros»; pero a un militar desu total confianza que controlase cualquier subida de tensión de los otros ministros militares cuandoempezaran a producirse cambios no gratos: Manuel Gutiérrez Mellado. Había ascendido ya a tenientegeneral y acababa de ser nombrado jefe del Alto Estado Mayor. Le localizó por gabinete telefónico,justo cuando Gutiérrez Mellado viajaba de Valladolid a Madrid para incorporarse a su nuevodestino. Le hizo la propuesta.—Gracias, presidente, pero me pillas cambiando de ciudad, de puesto, de despacho... Dame untiempo para pensarlo.—¿Cuánto? Vamos ya contrarreloj...—No sé..., lo pienso en ruta y al llegar a Madrid te llamo.Así lo hizo.—Creo que, a efectos de controlar los cambios de humor o los subidones entre los de miestamento, podré serte más útil desde el «Alto» que empotrado en el Gobierno. Por otra parte, lastareas policiales y de orden público de Gobernación no son lo mío. No me veo capacitado para eseministerio. [33]Como Areilza seguía haciéndose de rogar y su demora colapsaba varias combinaciones, el Rey tirópor la calle de en medio:—Adolfo, he tenido aquí a Marcelino Oreja. Le he sondeado y puedes ofrecerle Exteriores.Trabaja en esa casa desde que echó los dientes... Es diplomático de carrera, tiene oficio y se lo sabe

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