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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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sólo sale de su reserva si se siente reconocido. En estos días, por los gestos y por el estilo sencillode Don Juan Carlos, las gentes de las tierras catalanas se han sentido reconocidas, es decir,conocidas en su identidad tantas veces y tanto tiempo negada. Y la respuesta ha sido una afectuosa ysincera reacción sentimental. Cataluña ha salido de su reserva.En Diario de Barcelona, el colectivo Seny Nou hacía este balance de la relación establecida entreel Rey y el pueblo catalán:Ha predominado la sencillez, la espontaneidad, la autenticidad, sin engolamientos hinchados, sinpaternalismos artificiales, sin sonrisas prefabricadas. Entre el pueblo y el Rey, todo ha sido natural,desenfadado, transparente, fácil.Para Mundo Diario, los catalanes habían visto en los gestos y actitudes del Rey una cercaníahumana y una comprensión de sus peculiaridades como pueblo: «Este pueblo —concluía— haencontrado en Su Majestad a un notable abogado para el reconocimiento de sus identidades.»Tenía que producirse una corriente entre la Corona y el pueblo catalán. Un reconocimiento mutuo yuna mutua aceptación. Y todo eso se dio.Al volver a Madrid, conversando una tarde con el embajador Stabler, Don Juan Carlos le dijo queestaba «bastante satisfecho» de su viaje a Cataluña y de sus contactos populares, «a pesar del granenfado de Arias y de que mis frases en catalán hayan preocupado a ciertos ministros». Y que queríair enseguida como Rey a otras regiones, incluido el País Vasco. Percibía que la acogida del pueblo asu persona era más afectuosa y expresiva de lo que él había esperado. [49]Clarinazo del Rey: «Puedo recurrir al pueblo»Los contactos con el generalato y la oficialidad militar, y el cuerpo a cuerpo con los españolesvisitándolos en sus pueblos eran dos de los trazos gruesos en la agenda del Rey. Inmediatamenteenfiló el tercero: potenciar el Consejo del Reino y, manteniéndolo quieto en la recámara, ganar suapoyo para la Corona.Después de darle vueltas, viendo pros y contras con Torcuato Fernández-Miranda, el 2 de marzoconvocó en La Zarzuela al Consejo del Reino. Era la primera vez, y sería la única. ¿Con quéfinalidad? ¿Una recepción de cortesía? ¿Un acto ornamental? Algo más. El Rey quiso crear laocasión y el ámbito adecuado para lanzar un mensaje a las instituciones políticas: a las Cortes, alConsejo Nacional y al Gobierno. Un mensaje de advertencia: su oposición a la reforma, su actitudobstructiva, podía superarla el Rey apelando al pueblo; es decir, ejerciendo su potestad de convocarun referéndum nacional. Una vía posible, aunque peligrosa, pues de hecho supondría que el Rey semovería en un vacío político, sin Gobierno y sin Cortes. Sin red. Pero él confiaba en que la simpleamenaza sirviese de «aviso para navegantes». Con todo, podía hacerlo con el concurso del Consejodel Reino.Aquel discurso imprevisto —pero nada improvisado— puso de manifiesto que la voluntad del Reyno podía ser suplantada ni mediatizada. Y los primeros que le oyeron, sentados alrededor de la mesacon el monarca, fueron los propios consejeros del Reino, inmovilistas en su mayoría. A éstos elmonarca les dijo que los necesitaba para que su voluntad no fuese simplemente «la voluntad personaldel Rey», sino «la voluntad institucional de la Corona»: el Rey, con el Consejo del Rey, comosuprema autoridad y centro decisorio del Estado.Si bien lo que importaba era la megafonía exterior: dejar clara la independencia del Rey frente alGobierno; y advertir de que el Rey, de acuerdo con el Consejo del Reino, podía desbloquear

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