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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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Fraga: un reformador con paraguas y bombínFraga y Areilza eran los únicos ministros que desde el primer momento se propusieron ir a unademocratización del sistema. Intercambiaban papeles con esbozos, se reunían para discutirlos... Ensustancia, uno y otro pretendían elaborar unas leyes de parcheo, unos salvoconductos que permitieranciertas libertades básicas a los ciudadanos, y reformar algunas piezas del aparataje políticofranquista, pero el Gobierno y las Cortes conservarían la iniciativa constituyente. No les importabademasiado que ese formato fuese el de una carta otorgada, una Constitución fabricada desde losórganos del viejo régimen, cuando lo que la nueva etapa exigía era algo tan distinto, tan simple y tanrevolucionario como «constituir al pueblo en constituyente». De abajo arriba, y no al revés.Muy madrugador, en los primeros días de enero Manuel Fraga desenfundó ante sus colegas deGobierno un memorial titulado La reforma constitucional: justificación y líneas generales, con elque pretendía tomar la iniciativa política, presentándose así como el único político de la situacióncon una fórmula «reformista» concebida para evitar a toda costa la ruptura.Fraga era la estrella política del momento, la esperanza blanca, el reformista intrépido llegado deLondres o, como él solía decir «del exilio de Belgravia», la embajada española entre Hyde Park,Buckingham y Victoria Station.El memorial de Fraga era una mixtura que tomaba de lo viejo y de lo nuevo: una Cámara Bajaelegida por sufragio universal, aunque por los cauces falangistas de «familia, sindicato y municipio»a los que se podrían añadir las asociaciones —que no partidos— políticos; y un Senado corporativo,estamental, designado, no elegido, en el que empotrarían a los miembros del Consejo Nacional delMovimiento. El presidente del Gobierno seguiría siendo nombrado por el Rey, entre una ternapresentada por el Consejo del Reino, que también se mantendría. No veía necesario desmontar elsindicato vertical y único. Sin darse cuenta, en ese punto coincidía con los comunistas, querechazaban la pluralidad sindical y preferían un sindicato único para controlarlo, incluso asumirloíntegro desde CC.OO., el sindicato del PCE.Curiosamente, Fraga, que no era de extracción ni devoción monárquica, producía a toda hora textossobre la regencia, la mayoría de edad del príncipe heredero, los matrimonios regios... Deseabaapuntalar la Monarquía y estaba seguro de que «un referéndum organizado y controlado desde elpoder se ganaría, dando así al Rey el respaldo popular que precisa para validarse». Es claro que unreferéndum dirigido y controlado desde el poder se ganaría, como se ganaban en tiempos de Francocuando «votaba» el 101 por ciento del censo, pero no le daría al Rey ni un gramo de legitimaciónpopular.El Rey: «Sácales dinero a los americanos, como gesto hacia mí»El Rey no confiaba en Arias, ni en su voluntad de acometer en serio la reforma política, ni en suempeño por afirmar la Monarquía desde el inicio de su andadura. No obstante, forzado por lascircunstancias, decidió darle su oportunidad de juego y cancha libre para que desarrollara sus planesde Gobierno. El decurso de los meses demostraría que Arias no tenía otros planes que durar, resistiry oponerse al cambio.Sin interferir en las competencias del Gobierno, el Rey había perfilado la agenda de sus primerospasos como jefe del Estado. Deseaba que el viaje a Estados Unidos fuese el punto inicial de susvisitas oficiales al extranjero. Pero ese viaje no convenía realizarlo mientras estuviesen pendientes

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