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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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dirección del PSOE. Ya antes del Congreso de Toulouse en 1972, Felipe González y la FederaciónSevillana que él lideraba no sólo estaban por el «OTAN no y bases fuera», sino que habíanpropuesto que el PSOE no se integrara en la Internacional Socialista, a la que juzgabanexcesivamente vinculada a los intereses norteamericanos y atlantistas. Constaba en acta. En fechasmás próximas, en la primavera de 1976, varios dirigentes del PSOE, Juan Antonio Yáñez, FelipeGonzález, Miguel Boyer y Alfonso Guerra, acompañados por Enrique del Moral, presidente de laFundación Aena, viajaron a Moscú, estuvieron en el Kremlin, visitaron el buque histórico Aurora,tocados con gorros de astracán. El pretexto del viaje era recuperar los archivos del PSOE. Y lasustancia política, firmar un documento por el que se comprometían a no ampliar el bloque de laOTAN cuando el PSOE alcanzara el poder. [42]«Democracia a la española»Habían transcurrido dos meses desde que se estrenó el primer Gobierno de la Monarquía, el deArias. Las Cortes vivían su segunda prórroga de legislatura, una dada por Franco y otra por el Rey.El presidente Arias no sentía ninguna necesidad de anunciar su programa ante las Cortes. Conscienteo inconscientemente, abonaba la imagen de una vaga continuidad. Al fin, el 28 de enero, subió a latribuna del hemiciclo y leyó su discurso programático. Promesas reformistas de un paso adelante ycinco atrás. Advirtió, nada más empezar, que se tomaría todo el margen de prórroga de lalegislatura, [43] «para no reformar con aventurerismo ni con frivolidad», o «con afanesinjustificadamente constituyentes».No era un discurso de horizontes abiertos ni de iniciativas estimulantes, sino de límites, de frenos,de cautelas, de exclusiones, de ilícitos, de enemigos al acecho. Cada promesa de apertura se ofrecíaamenazada por una severa cortapisa —«pero no consentiremos...», «pero no toleraremos...», «perono admitiremos...», «pero no abriremos la puerta a...»—. Volvía a dibujar un mapa dividido entreespañoles con visado y españoles proscritos; españoles patriotas y españoles traidores. Reafirmó lavigencia del Movimiento Nacional como «empresa, comunión y participación». Ensalzó la bondad yperennidad de las Leyes Fundamentales como «Constitución abierta», que lo sería «a lo largo de lostiempos». Eludió mencionar la palabra partidos —«no seré tan ingenuo como para tenderme yomismo esa trampa»—, y se quedó en el anuncio medroso de una tolerancia a las «asociaciones» y«grupos políticos». En fin, concedió que habría democracia, «pero no copiada de las democracias depor ahí», sino «democracia española». Cualquier español que hubiese conocido la democraciaorgánica, la Plata Meneses y el oro alemán, sabía que la democracia, la plata y el oro cuando sonauténticos no necesitan apellidos.Una prosa barroca y antigua, con el continuo martilleo del «peso de la ley», el «orden», la«energía», la «vigilancia», la «conservación del legado de Franco»...Ante tan decepcionante «hipótesis de reforma», Fraga saltó para rebatirle, convocando a loscorresponsales extranjeros: «Reformar quiere decir formar de nuevo. Y es algo que se hace no porimposición de un lado u otro, sino por un consenso mayoritario. Reformar supone, pues, cambiosreales, no ficticios.»Aunque no se moviera una hoja de papel y el ritmo fuese de marasmo, había cuatro proyectos oamagos de reforma circulando por los despachos y discutiéndose en sobremesas de almuerzos ycenas. Fraga, Areilza, Arias y Suárez tenían sus bocetos. Sólo Torcuato tenía la fórmula.Para agilizar las reformas, Torcuato puso en marcha un raro instrumento: una comisión mixta,

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