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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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El Rey volvió envalentonado y decidido «a hacer limpia»En aquel viaje, el Rey se estrenó como «el mejor embajador de España».Fue decisivo ese éxito. Aparte de la resonancia internacional y el impacto en España, el primerbeneficio redundó en el propio Rey: salió de su inseguridad personal, tocando el hecho de quesuscitaba simpatía, respeto, credibilidad y, sobre todo, el apoyo macizo de la capital del mundo alproyecto de libertades que él fue a anunciarles.Volvió envalentonado, pisando firme, decidido a «hacer limpia en la casa», a cesar a Arias, amojarse en la elección de un sucesor y a abandonar de una vez el aura gaseosamente arbitral en queArias le había instalado.Sin embargo, Areilza, el artífice de tan espectacular lanzamiento, sobreactuó en su tutela delmonarca, se le vio prepotente y eso disgustó al propio Rey.Había cuidado con inteligencia y esmero desde el discurso, que fue prosa suya, hasta el listado decomensales en cada una de las cenas y almuerzos a que asistió el monarca, las entrevistas, los actos ysus adecuados protocolos, pero quizá se sentía ya presidente del Gobierno in péctore, y excedió elplano secundario que corresponde a un ministro «de jornada», acaparando un protagonismoincómodo para el Rey.Uno de sus colegas de gobierno, Rodolfo Martín Villa, aun no considerándose «un hombre muyperspicaz ni con una especial agudeza para detectar indicios sutiles», sí se extrañó por la actitud deAreilza al regresar de Estados Unidos:Areilza volvía muy crecido. No se me olvida la escena en Barajas, el 6 de junio por la mañana.Siguiendo el uso tradicional franquista, acudimos a recibir a los Reyes, los tres consejeros del Reinoque constituían el Consejo de Regencia, el Gobierno en pleno, los duques de Cádiz y variosmiembros del cuerpo diplomático. En el hall interior del aeropuerto, frente a la sala de honor,estábamos alineados los ministros con nuestras esposas. Los Reyes pasaron, saludándonos uno a unoy una a una. Pero cuál no sería mi sorpresa cuando vi que Areilza hacía lo mismo, dándonos la manocomo si él no fuera un ministro más y, por tanto, uno más del séquito. [141]Pocos días después, Martín Villa acudía a La Zarzuela llamado por el Rey. Hablaron de la reformasindical y el Rey le apuntó la conveniencia de entrar en contacto con los grandes sindicatos europeosy americanos. Posiblemente le refirió algo de su conversación con Meany en Washington. En esamisma audiencia el ministro percibió «de un modo directo y notorio que las relaciones entre el Rey yArias Navarro estaban o rotas o muy enrarecidas, y que pensaba prescindir de él». Diciendo sindecir, fue suficientemente explícito: «Necesitaré apoyarme en vosotros, en los ministros más jóvenes(Suárez, Osorio, Pérez de Bricio, Lozano, tú), si se produjesen reacciones de descontento entre losultras.» Ese despacho fue el 15 de junio.También aquella tarde noté que el Rey estaba enfadado, molesto, yo diría que «cabreado», por algode la conducta de Areilza con él en Estados Unidos. Como si Areilza se hubiera propasado en supapel dándoselas de experto, interviniendo en las respuestas del Rey, acaparando atención en vez deestar en segundo plano, o queriendo controlar demasiado la marcha de los actos... Desde luego, salíde allí persuadido de que Arias «caía», pero Areilza no era el candidato del Rey. [142]Don Juan no se fiaba de él. «Camaleónico y siempre al sol que más calienta: fue falangista conFranco. Después hizo sus contactos con Muñoz Grandes y Hitler para “licenciar” a Franco y ponermea mí, por si les resultaba más “utilizable” en plena guerra mundial. Pretendió que yo hiciera el “grangesto” de enrolarme en la División Azul. “Mira, Josemari —le contesté—, no me visto yo de nazi nigrito Heil, Hitler, así me den todos los tronos del mundo.” También me traía a Lausana recados de

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