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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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Por varios embajadores acreditados en Madrid supo que la sustitución de Arias Navarro por «unhombre joven que llega decidido a instaurar la democracia» y que «por edad no pudo combatir en laguerra civil, y por familia no está vinculado a ninguno de los bandos enfrentados» había sido muybien acogida en las cancillerías europeas y de modo especial en Washington.En cambio, recibió dos llamadas bastante críticas que le sorprendieron. Una, de su amigo desiempre Jaime Carvajal y Urquijo:—Ya vi anoche la tele y he leído hoy la prensa...—¿Y qué te parece?—Me parece, señor, que con esta elección se ha cargado la Monarquía...Un silencio largo. Jaime oía respirar al Rey. Estaba en línea.—Creo que te equivocas, Jaime. Conozco bien a Suárez. Le he tratado mucho desde hace un montónde años. No sólo no es ese falangista que dicen, sino que es un demócrata convencido, y un tipo listo,valiente y con la ambición que se necesita para meterse en el zafarrancho en que se va a meter. Tengoconfianza en él. Lo hará bien. Espera, espera y ya verás... [24]La segunda llamada era de otro hombre joven, Luis Solana, socialista que ya en los años sesenta,siendo un joven ejecutivo del Banco Urquijo, iba de incógnito a La Zarzuela, en moto y bajo laescafandra del casco, para charlar con Juan Carlos, el Príncipe vigilado. La reacción de Solana fuetambién muy derrotista:—Un giro de tuerca al pasado... ¿Un franquista para traer la democracia? Además, un político demedia talla, un espécimen de medio pelo...El Rey le dio los mismos argumentos que a Carvajal, sin más explicaciones, y le pidió queconfiara.El tono de voz de Luis Solana, siempre animoso y alegre, denotaba frustración, decepción,disgusto. Entonces al Rey se le ocurrió una idea:—Hablaré con Adolfo Suárez. Tú deja que pase todo el lío de formar el Gobierno y de las juras, yluego le llamas, os veis... y tírale de la lengua. Pero fíate de mí: sé a quién he elegido. No heimprovisado. Os sorprenderá.A los seis días de la jura del Gobierno, los dos jóvenes políticos tuvieron un encuentro a solas.Suárez le dijo: «Pregúntame lo que quieras, a tumba abierta.» Solana le sometió a un tercer gradopolítico, mientras tomaba algunas notas. En esas notas plasmó después cómo fue pasando de laprevención a la confianza, y del rechazo a una actitud esperanzada. Había detectado en Suárez unasintonía plena con los propósitos liberalizadores del Rey. En aquel mano a mano, Suárez manifestó aSolana que su Gobierno se consideraba «provisional»:—Tenemos una tarea que hacer, muy difícil, pero muy concreta: legalizar los partidos, convocarelecciones, para que el pueblo se exprese libremente, y constituir unas Cortes democráticas quehagan la Constitución. Con vistas a legalizar todos los partidos, tanto yo como mis ministros estamosabsolutamente dispuestos a iniciar contactos para negociar con la oposición.—¿Todos los partidos? ¿Incluido el comunista? —preguntó Solana.—Todos los partidos. Si el Partido Comunista se atiene a las normas de la legalidad como losdemás, sería una injusticia dejarlos extramuros del sistema.Y en ese tramo de la conversación, le advirtió cargando énfasis de gravedad a sus palabras:—Tendremos que movernos con agilidad, pero con tacto y prudencia, porque el peligro militarexiste. Es real. [25]A las dos semanas de ese mano a mano Suárez-Solana se produciría, también sin testigos, el primerencuentro de Adolfo Suárez con Felipe González.

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