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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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mismo. Como si hubiera puesto una placa de metal entre él y yo. Si intento cogerle por los codos,como hacía antes cuando quería expresarle que tal o cual cosa va muy bien, se suelta, me repucha. Lonoto esquivo, nada de bromas ni de confianzas. No es como antes... ¿Qué le pasa al Rey conmigo? Nosé qué es, pero algo importante se ha roto. ¿Se ha cansado de mí como se cansó de Arias?—¡Pero, bueno, Adolfo, tú conoces al personaje mejor que nadie! —A Sabino no le sorprendía loque Suárez estaba diciendo, pero sí que lo hubiera citado para plantearle eso y sólo eso; se encontrócon un «discurso evasivo» preparado—. El Rey es de humor racheado. A mí, un día me cuenta diezchistes seguidos, y al otro me recibe con la cara hasta el suelo, o me suelta un broncazo por unaestupidez.—No, no, Sabino. El Rey conmigo está frío, guarda distancias. Un despacho es un despacho, ypunto.—No olvides, Adolfo, que estos señores son... como de otra raza. Y puede ser, puesto que lo haspercibido, que en ocasiones el Rey tenga que mantener las formas, incluso con cierta frialdad... perotú sabes que él te quiere, te valora y te aprecia.—Yo lo que sé es que son muchos los que intentan segarme la hierba bajo los pies, y al Rey lebombardean con mensajes contra mí; y eso, día tras día, cala...—En eso no te digo que no. El Rey es como un paño de lágrimas de todos los que van allí a echarsu cuarto a espadas contra la situación; y claro, en la diana de la situación estás tú. De rebote, algocaerá contra ti.—¿Le han dicho algo grave, serio, que no sea cierto, y que yo se lo pueda aclarar?—Mira, cuando la moción de censura, recuerdo que me dijo: «Prefiero que censuren esto y lo otroy lo de más allá, ahí en el Congreso, diciéndose los cosas a la cara y dando al otro el turno deréplica, a que vengan aquí a ponerme la cabeza como un bombo, sin que yo sepa si es verdad o no loque me dicen y sin poder mover un dedo por remediarlo.»—Sabino, sé que constitucionalmente no puede hacerlo, pero si yo supiera que el Rey quiere queme vaya, no lo pienso ni un minuto. Me bastaría un simple gesto del Rey, y yo saldría inmediatamentepor la puerta. De modo que si hay algo de esto..., dímelo.—Adolfo, yo al Rey no le he oído que quiera que te vayas. Empezasteis los dos ilusionadísimos ymuy identificados con lo que teníais que hacer. El Rey, Torcuato y tú. Luego, hecha la reformapolítica, sustituido el franquismo por la democracia, elaborada la Constitución por consenso..., deuna parte, tu papel ha pasado de ser un instrumento del Rey a ser un líder político con iniciativaspropias, con planes propios, y sujeto a los desgastes y a los éxitos de la gobernación. Entones, lo quesí puedo haber detectado yo es que, como vuelas por libre, sin darte cuenta también tú has creadodistancia y se ha podido enfriar, no diría yo quebrar, la relación de campechanía a la pata la llanaque existía antes. Y quizá, como somos humanos, y el Rey lo es aunque tenga sangre azul, puedehaber algo de celos, porque ve que quien brilla como protagonista del éxito de la democratizacióneres tú. Y él puede sentirse relegado a un plano muy alto, muy apolítico, muy discreto..., pero allá, alfondo de la escena.—¡Espero que no se haya creído la patraña de que yo quiero eclipsarle y ser un jefe de Estadobis...!—Quédate tranquilo, Adolfo. Tú has hecho muy bien separando los campos, procurando nosolaparos ni coincidir en lugares y actos. Y si yo tuviera constancia de algo con entidad, siempre queno vulnere mi sigilo de oficio, cuenta con que te lo diría. [121]Suárez no se quedó tranquilo. Sabino sólo había dado unos capotazos de toreo de salón, pero nodespejó sus dudas con ningún argumento de peso. Y es que no podía hacerlo, le hubiese mentido.

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