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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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CAPÍTULO 3Suárez, el héroe malditoNo había lobbies, pero había lobbistasLos periodistas arrumbaron sus sobadas agendas con los viejos teléfonos de ex ministros,procuradores y consejeros nacionales, que acababan de pasar a la historia. Enseguida se aprendieronel nuevo nomenclátor de ministros, diputados, senadores, dirigentes sindicales, sedes de partidos,empresarios gerifaltes de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE),banqueros...Hasta entonces, un Alfonso Escámez, un Emilio Botín, un José María Aguirre Gonzalo, un LuisUsera, un José Ángel Sánchez Asiaín, un Luis Valls eran entelequias invisibles para los periodistas.«El dinero no tiene color ni bandera —se decía— y el banquero no tiene rostro ni teléfono.» Pero apartir de julio de 1977, en cuanto se puso en marcha aquel gran obrador del pan constitucional, lasCortes constituyentes, a esos mariscales del capital les faltó el tiempo para invitar a los periodistasy, entre jamón de Parma, cangrejo ruso y sorbitos de Dom Pérignon, intoxicarlos con sus pretensionesque, «por el bien de España», querían ver plasmadas en la Carta Magna. Médicos, catedráticos,farmacéuticos, comerciantes... y altos mandos militares, todos tenían algo que decir, «perodesgraciadamente no tenemos voz en el Parlamento». No había lobbies, pero había lobbistas. Ydonde presionaban a fondo era entre diputados, ministros, subsecretarios y toda esa gama... O pedíanaudiencia al presidente del Gobierno, o al jefe de la Casa de Su Majestad, o al Rey en carne mortal.Las Cortes constituyentes se inauguraron en un pleno conjunto de Congreso y Senado presidido porlos Reyes, el 22 de julio de 1977. A las diez de la mañana empezaron a entrar tirios y troyanos,hititas y filisteos, socialistas, ucedistas, comunistas, gente que aún retenía algún poder del que tuvoen tiempos de Franco, y gente que llegaba oliendo a cárcel o con ropa comprada en el exilio.En una mesita del bar de las Cortes compartían tinto y pincho de tortilla Justino Azcárate, JuliánMarías, Camilo José Cela, Manuel de Irujo y el profesor Juan J. Linz. Más allá, Martín Villa reíadivertido con lo que le contaban sus ex presos Camacho, Carrillo y Gallegos... El poeta RafaelAlberti dedicaba tarjetas con dibujos de barquitos y palomas. Dolores Ibárruri que, unos días antes,al constituirse las Cámaras, había presidido «la mesa de edad», comentaba su impresión: «Loimportante no era sentarme, sino sentirme.» Arrellanado en un sillón de pasos perdidos, FelipeGonzález se soplaba un largo veguero, regalo de Omar Torrijos, rodeado de preguntones a los que aveces respondía con una voluta olímpica de humo azul. Lo llamativo era el círculo de preguntones:Garrigues Walker, Fernández Ordóñez, Camuñas, Pío Cabanillas, flamantes ministros todos... deSuárez. El diputado Juan de Dios Ramírez Heredia, gitano de dura crin, con su camisa de rasoescandalosamente verde, decía «estoy orgulloso porque aquí represento a un partido, a un pueblo y auna etnia; pero apurao porque nadie me dijo que el protocolo de caballeros era traje oscuro, y me hepuesto lo mejor del armario». Cuando miró a los tendidos se tranquilizó: sólo dos atuendos negros, elnuncio monseñor Dadaglio, en la tribuna de invitados, y Dolores Ibárruri, vestida de Pasionaria,riguroso luto, negros los pendientes, negra la redecilla del moño. El resto en aquel arca de Noé,diversidad, policromía. Había desaparecido el ciclorama monótono de procuradores con uniformesmilitares caquis, chaqués negros o vestuario fascista de chaquetas blancas y camisas azul de Mahón.

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