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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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—Es posible que Armada tenga razón.—Pero bueno, Torcuato, ¿a qué juegas?Torcuato no pretendía desconcertar al Rey, sino diluir la cuestión por el momento, sin presionar,sin insistir. En definitiva, era una decisión que tenía que tomar el Rey, y nadie más que él. Se lepodía ayudar a ver la conveniencia de hacerlo, pero ni marcarle el camino ni forzarle la mano.—¿Por qué me dices ahora que es posible que Armada tenga razón?—No me refiero a la opinión que Armada tenga sobre mí —aclaró Torcuato—. Yo podríacontestar «Armada será un buen general, pero como político, cero»; pero el tema no somos niArmada ni yo... Majestad, tiempo al tiempo. Recordad lo de Fernando el Católico: «Yo y el tiempo,contra tres.» Ahora estáis tenso, nervioso, irritado... y no conviene decidir desde la irritación.—Pero ¡no creas que no me atrevo, eh!—¿Y qué os importa, señor, lo que yo crea? Dad tiempo al tiempo. Cargaos de razón para cuandollegue el momento de actuar...De noche, al transcribir los puntos importantes de esa conversación con el Rey, Torcuato anotó:Ha estado conmigo más confidente que nunca. Cuando le dije que «tiempo al tiempo», vi clara ladistensión y el descanso. Él se considera muy definido ante mí y temía mi insistencia. Hice todo locontrario. No debía acorralarle. Hubiese sido vejarle. Los de la Casa, sobre todo Armada, ya leacorralan y aumentan su tensión nerviosa. No le dan descanso, pero impiden su decisión. ¿Quésentido tiene que yo insista? Aumentaría su agobio inútilmente. ¿Por qué voy a ser terco en un temaque sólo vale si él ve que ése es el tema? Sería dar la razón a Armada, cuando le dice: «Lo que pasaes que Torcuato le tiene mucha antipatía a Arias.» Meditar en Armada. Un sujeto [que hay que] teneren cuenta. [87]Porque no se atrevía al cara a cara, el 8 de ese mismo mes había disparado un proyectil de gruesocalibre contra Arias, pero valiéndose de un «segundo camino», el periodista Arnaud de Borchgravedel semanario Newsweek. En un par de semanas, el presidente sabría lo que el monarca opinaba deél. Eso sí, se enteraría «en diferido», nada de cuerpo a cuerpo, a través de un reportaje en papelcuché. Íntimamente, Juan Carlos esperaba que Arias respondiera a ese guantelazo con una reacciónde pundonor agraviado.¿Qué paralizaba a Juan Carlos? ¿Por qué tenía miedo? Quizá una excesiva prudencia política.Calibraba el alto riesgo de cesar a un hombre como Arias, que le había amenazado y que no dudaríaen extorsionarle con grabaciones obtenidas subrepticiamente; un hombre que había encontrado eltalismán y el sentido de su vida en ser albacea de Franco y relicario de su ideología; un hombre quedominaba los aparatos de la seguridad del Estado y se ufanaba de tener consigo a los mandosmilitares, al establishment político y a la banca más reaccionaria.Juan Carlos sabía que la «democracia a la española» de Arias —apalancada en el Movimiento—era incompatible con una democracia de partidos y una aceptación en Europa; y que su continuidadarruinaba día a día el crédito de la Corona. Pero ¿y si fuera cierto su poder de desestabilización, suexecrable discurso de «o yo o el caos»?Temía que un despido obligado de Arias desencadenara una insumisión, un desafío desde el búnkercivil y quizá un conato de rebelión en el estamento militar, para quienes el Rey era todavía unepígono aprendiz del Generalísimo. No estaba seguro de poder controlar las reacciones del cese. Nihasta dónde podía tensar el arco sin que se quebrara la paz civil. Veía en juego la estabilidad social,la conquista de la democracia y la seguridad de la Corona.Si el cálculo de sus posibilidades de defensa es lo que inquieta al soberano y le impide dormir, enese insomnio y en esa exasperación estaba Juan Carlos, el Rey que no dormía, que gritaba a la Reina

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