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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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Washington, por las democracias europeas y por la Internacional Socialista, que les adjudicó laFundación Friedrich Ebert como nodriza financiera.Había dos intereses en la decisión gubernamental de apoyar al PSOE y a la UGT, su sindicato.Uno, táctico y electoral, para que el PSOE frenase al PCE y evitara su victoria; y que el sindicatoUGT se fortaleciera y creciera a expensas del sindicato comunista CC.OO. «En España, el peligroera el PCE —reconocería paladinamente Leopoldo Calvo-Sotelo, rememorando en 2007 los treintaaños de la Transición, cuando él era ministro de Suárez—, y desde el Gobierno apoyamosdecididamente al PSOE en todos los ámbitos, incluido el financiero: le dimos dinero al PSOE paraque frenase al PCE.» Y Fernando Abril, como vicepresidente del Gobierno, lo corroboraba: «Yo soyel tío Gilito de la UGT; a través del Banco Exterior de España avalamos los créditos que les dabansus compañeros del Deutscher Gewerkschaftsbund (DGB), el sindicato alemán, poniendo nosotros eldinero para potenciar a la UGT y que le comiera terreno a CC.OO., que entonces era verdaderamenteel coco que nos asustaba.» [52]El Rey alertaba. «¡Mucho cuidado con las izquierdas! Una cosa es legalizarlas y otra cosa esfinanciarlas», y Suárez tuvo que convencerle de que políticamente era rentable ese fortalecimiento«amarillo» de la UGT para restar afiliación y votos a CC.OO.Estaba muy reciente, y entre los gobernantes muy presente, la experiencia del 25 de abril de 1974en Portugal, la Revolución de los Claveles. Con sus soldaditos cantando Grândola, vila morena,sonriendo, y con un clavel rojo en cada fusil. Un aviso de que las cosas podían ponerse calientes yempezar a moverse. Portugal, casi una colonia británica, cuarenta y dos años bajo la influencia deInglaterra que sostuvo las dictaduras de Oliveira Salazar y de Marcelo Caetano (1968-1974)... Y enun solo día, sin disparar ni un tiro, el vuelco. Pero enseguida comenzaron las divergencias entre lospartidos y el riesgo de derrapar hacia otra dictadura, ésta comunista, con Álvaro Cunhal. Y en laEspaña de 1976 ése era el coco. Mário Soares y Willy Brandt, alarmados, escribían cartas aBrezhnev para que embridase a los comunistas lusitanos, a la vez que Gerald Ford le aconsejaba albisoño rey Juan Carlos que escarmentara en cabeza ajena.El segundo interés del Gobierno español para apoyar al PSOE era estratégico y económico: laComunidad Europea. En seis de los nueve países comunitarios gobernaban los partidos de laInternacional Socialista. Cada vez que Areilza, como ministro de Exteriores, y luego Oreja en elmismo rol, volvían de un periplo europeo, informaban al Rey de que el asunto más puntero y que másinterés suscitaba en aquellos gobiernos era el futuro del PSOE, las posibilidades de juego del PSOE,las facilidades que se dispensaban al PSOE... Un pressing bastante descarado. Incluso en una de susestancias en Luxemburgo, Areilza tuvo que escuchar con rostro impávido el mensaje de que «seríamuy conveniente para España que mejorase sus relaciones con Israel, en previsión de la influenciaque el Gobierno de Israel, socialista, pueda ejercer sobre sus correligionarios de la InternacionalSocialista, especialmente sobre holandeses y daneses, para que obstaculicen el ingreso español en laComunidad Europea». Advertencia que, por supuesto, Areilza trasladó al Rey. Y en algún periódicose escribió con atinada ironía: «Para la Internacional Socialista, Felipe González es el aduanero quechequeará si el pasaporte español es o no suficientemente democrático para ser admitidos en laComunidad Europea.» [53]En diciembre de 1976, el PSOE, ilegal todavía, celebró en Madrid su XXVII Congreso con todasuerte de facilidades y tolerancias, con seguridad policial, «protegidos pero no vigilados»,reconocieron ellos mismos. Asistieron los grandes líderes de la Internacional Socialista, entre ellos

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