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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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señores, no se engallen ahora, porque el sable sigue ahí; el Ejército no ha desaparecido, y no seríaprudente mojarles la oreja a todos por lo que han hecho unos pocos.Y otros fragmentos en los que les daba un toque de atención como dirigentes políticos: «De loocurrido será preciso extraer meditadas consecuencias, para determinar futuras normas de conducta»;y también, «invito a todos a la reflexión y a la reconsideración de posiciones que conduzcan a unamayor unidad y concordia». Es decir: legislen, gobiernen, dejen de pelearse por el poder, yaplíquense a mejorar la situación política, económica y social del país, que es la razón deldescontento militar.El Rey tuvo interés en dejarles claro que si hubiese otro golpe se lo tendrían que ventilar ellos,porque él no podría volver a actuar más allá de sus límites y bordeando la Constitución: «Todosdeben ser conscientes de que el Rey no puede ni debe enfrentar reiteradamente, con suresponsabilidad directa, circunstancias de tan considerable tensión y gravedad.»Luego, ya en un plan más desenfadado, en el tú a tú sin papel, que es donde el Rey lo borda, lesadvirtió: «Miren, al estar el Gobierno retenido en el Congreso, yo he tenido que actuar durante variashoras sobrepasando mis límites constitucionales; pero no debo volver a hacerlo... yo sé cuál es mipapel, y dónde está la raya roja que no debo rebasar, de acuerdo con la Constitución: no me obliguenustedes a forzar ese límite y a salirme de mi sitio.»Y volvió a insistir, cuando les explicaba ciertos episodios procelosos de la noche. «De ésta hemossalido —les decía, más o menos—, pero no volvamos a poner en peligro la democracia y laConstitución. Procuremos entre todos no dar motivos ni pretextos para que otros se arroguen la tareade reconducir la marcha política del país... No me endoséis el remedio final de todos losdescontentos. ¡Yo no puedo ser el pararrayos continuo!»Para el Rey, lo importante era que, con esas líneas de regaño a los políticos, él salvaba la cara antelos mandos militares. [9]Armada, detenidoArmada acababa de enterarse de su cese por una llamada telefónica de Gabeiras a las nueve de lanoche —«no tengo buenas noticias... Alfonso, estás destituido; yo te he defendido, pero ha sido cosade Suárez y Rodríguez Sahagún, ¡no sabes qué presiones he tenido!»— y no salía de su sorpresa.Alguien le transmitió la oferta de poner tierra y mar por medio, y él respondió con gran pundonor:«Yo ni me fugo como un desertor ni huyo como un cobarde.»La detención de Armada, su encausamiento, introducía elementos altamente perturbadores en lacausa 2/81 recién abierta. Armada era una especie de núcleo radial del que partían conexiones tansensibles como la conspiración militar, la trama política civil, los cerebros del CESID... Había quetener muñeca de relojero y pulso firme para atinar con esa decisión. Sobre todo, porque, a diferenciade Milans y de Tejero, Armada —igual que Cortina— se procuró coartadas para todos susmovimientos, evitó testigos de cualquiera de sus contactos, borró sus huellas. Actuó con la inteligenteinvisibilidad de los maestros del camuflaje.El 25 de febrero era el día de la investidura de Calvo-Sotelo. Rodríguez Sahagún vivía su últimajornada como ministro de la Defensa. Llamó a Laína:—Vente, Paco, tengo citados a Quintana Lacaci y a Gabeiras. Aquí, en el palacio de Buenavista.Tú escucha y no hables, mientras yo no te pregunte.Una vez allí, en el despacho del ministro, Rodríguez Sahagún pregunta a los dos generales su

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