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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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Don Juan Carlos se empleó a fondo en la cena del «gran capital». Fue un discurso económico parainfundir confianza inversora. Sin arabescos retóricos, y después de afirmar que «nuestro pueblo noestá anclado en el ayer ni soñando glorias pasadas, sino juvenilmente interesado en el porvenir, en eldesarrollo y en la prosperidad con justicia para todos», habló en términos de porcentajes ymacrocifras. Les recordó que España, en los últimos quince años, de 1960 a 1975, habíaexperimentado un formidable desarrollo económico y social del que se podía hablar con las cuentasen la mano: la renta per cápita pasó de 292 dólares a 2.127; la producción industrial había ascendidode 3,4 billones de dólares a 30,1 billones; el comercio exterior de productos industriales se habíamultiplicado por quince.Después de esa panorámica boyante, centró la atención de los comensales en «una preocupanteasimetría en nuestra relación bilateral: en el último año, 1975, la factura de las compras españolas enEstados Unidos fue de 2.600 millones de dólares; en cambio, las ventas sumaron solamente 800millones». Quizá la crisis del petróleo nos había golpeado a todos. Sin embargo, expuso el hechocontante de que cada vez era mayor el volumen de inversiones americanas en España: «En 1960 eransólo el 12,2 por ciento del total de las inversiones extranjeras, en cambio ahora superan el 64,5 porciento.»El quid de su mensaje era una petición de apoyo inversor y financiero. De modo que, trasmanifestar que tanto él como su Gobierno estaban empeñados en la lucha contra la inflación y enreducir el desempleo y la deuda exterior, subrayó «la importancia del crédito y del capitalextranjero», como complemento del ahorro nacional, y animó a considerar «las ventajas y garantíasque ofrece una legislación sobre inversiones extranjeras tan liberal como la española». [139]La eficacia de su discurso y de su presencia se comprobaría con una rapidez inusitada, en cuestiónde días.La última jornada neoyorquina, el sábado 5, fue menos compulsiva. En el Metropolitan Museumvisitaron el pabellón Lehmann, donde lucían ocho Goyas cedidos por el Prado por la celebración delbicentenario. Entre los cuadros, un retrato de Carlos III, antepasado de Don Juan Carlos, que ayudódecisivamente a la independencia americana, y las dos majas. Areilza hizo un comentario propio desu pupila sensitiva: «Bajo la luz de Nueva York, las majas han perdido su erotismo. En el Pradoincitan al pecado pero aquí tienen algo de... maniquíes publicitarios.»Ya a bordo del DC-8 El Españoleto, de vuelta a Madrid, el Rey hojeó la prensa americana de esosdías. Le ilusionó un editorial de The New York Times, «A King for Democracy». Cuando dejó losperiódicos, le comentó a Areilza:—Con la enorme brecha que hemos abierto, hay que conseguir de Estados Unidos no un pequeñocrédito, sino un apoyo fuerte. Además, no se puede ir al Tesoro americano a pedirlo, sino a la City.El dinero no está en Washington, está en Nueva York, está en Wall Street. Y si se han de autorizarsucursales americanas en Madrid, se hace y en paz. Voy a llamar a Villar Mir por teléfono nada másllegar, para decírselo.En efecto, una semana después del regreso de los Reyes a España, salían hacia Washington yNueva York el vicepresidente económico Villar Mir y sus asesores de Hacienda, Comercio, Industriay Agricultura. Al día siguiente era recibido por el presidente Ford, y se entrevistaba con Kissinger ycon William E. Simon, secretario de Hacienda, y otros altos cargos. En Nueva York mantuvoreuniones intensas con las más fuertes entidades financieras, con el resultado de un extraordinarioéxito para España. [140]

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