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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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diez veces, y los de los aplausos que arreciaban sin tregua.No se alteró el rostro del Rey. Ni la Reina perdió la sonrisa. La silla del príncipe Felipe estabavacía. En la incertidumbre, precavieron que no corriesen un mismo riesgo el Rey y su heredero.Enhiesto como un mástil, sereno, Juan Carlos capeaba el temporal. Al Borbón le salió un gesto de sucasta, se giró hacia los bronquistas y, poniéndose la mano detrás de la oreja derecha, les dijo:«¡Cantad más alto, hombre, que eso es bonito y no os oigo!»No fueron los policías de Rosón, sino los berrotzis, los ertzainas de Garaikoetxea, que ese día seestrenaban, los que sacaron fuera a los reventadores. Quienes tenían que dar la cara, la dieron. Y enaquel preciso instante, se hincó la frontera clara de la distinción entre los demócratas que sabendiscrepar en paz y los intolerantes que sólo saben imponer su razón. Y fue el Rey, por realesarrestos, quien con su presencia serena, enteriza, levantó el velo de la ambigüedad. Y sólo con ir. Ysólo con estar. Aquella mañana del 4 de febrero el Rey escribió una página crucial y difícil, que nopodía quedar en blanco, en la historia de la nueva era. El Rey tenía que reinar también en Euskadi. Ydesde aquel día reinó.Ésa fue la valoración espontánea y coincidente de los cronistas nacionales y extranjeros quecubrieron aquellas cincuenta horas del Rey en las tres provincias vascas. Sin embargo, no faltó elescándalo y la indignación entre los generales de celo amargo que vieron humillación y afrenta dondelo que hubo fue un temple regio y un saber estar. [73] El domingo 8 de febrero, El Alcázar colgaba atoda plana en su pasquín metemiedos «Situación límite». Firmaba el teniente general De Santiago yDíaz de Mendívil, aunque los «negros» fueron Juan García Carrés y el general Cabeza de Calahorra.Un «hasta aquí hemos llegado», indignado y provocador: «En Guernica se insultó a España, al Rey,que ejerce el mando supremo de las Fuerzas Armadas y por tanto se ofendió a quienes nos honramoscon sus uniformes»; además, la larga lista de secuestros y asesinatos de ETA son «la prueba evidentede que aquí no hay autoridad y, por tanto, hay que restablecerla». Instaba abiertamente a la soluciónmilitar: «Las cosas han ido demasiado lejos. Hay que rescatar y salvar a España...»El ultimátum iba en serio.Acabado el periplo vasco, el Rey conversó a solas con Calvo-Sotelo. Fue un examen deintenciones del posible gobernante, y una exposición de las encomiendas o «hipotecas» que, eninterés del Estado y en aquellas circunstancias, tendría que estar dispuesto a asumir. Seguiríanhablando a la vista de lo que resultase en el Congreso de Palma. Al día siguiente, concluyó la rondade consultas que había interrumpido y recibió por separado a Joan Reventós y a Txiki Benegas, porel Partido Socialista de Catalunya y de Euskadi. Obedeciendo la consigna evacuada desde SantaEngracia, los dos expusieron el mismo ofrecimiento: «Una coalición de Gobierno fuerte, duradera yestable en torno a un partido, el PSOE, y encabezada por un líder, Felipe González.» [74]El inútil Congreso de PalmaDías 6, 7 y 8 de febrero. El II Congreso de la UCD en Palma será un evento inútil. Los barones, loscríticos, los alfiles de las familias políticas ucedistas sólo discutían cuotas de poder y representaciónen los órganos de dirección del partido. No libraban sus batallas en el terreno ideológico de lasponencias, ni sobre temas concretos de «la política de las cosas». Allí nadie hablaba de política. Desoluciones políticas.Cuando Suárez tuvo que ausentarse y viajar a Madrid por dos hechos luctuosos, el asesinato delingeniero José María Ryan, secuestrado por ETA, y la muerte repentina de la reina Federica de

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