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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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Cangas de Onís, Infiesto, Nava, Siero... En Oviedo, el presidente de la Diputación, Juan Luis de laVallina, pidió al Rey que «restableciera el título de Príncipe de Asturias en la persona del infanteFelipe, como heredero de la Corona, enlazando así con la tradición multisecular que desde EnriqueIII en 1388 se ha mantenido a lo largo de nuestra historia».En el mismo acto, y ante los presidentes del Gobierno y de las Cortes, el Rey aceptó la petición:«Las glorias y la lealtad de este Principado merecen que nuestro hijo Felipe lleve este título como unauténtico honor que, no lo dudéis, ostentará con orgullo.» Y agregó: «Se le dará forma legal en breveplazo.» [112]No fue tan breve. Aún habrían de transcurrir ocho meses hasta hacerse efectiva la legalización deese título. Sería a partir del 21 de enero de 1977, estando ya Adolfo Suárez al frente del nuevoGobierno, y previo acuerdo del Consejo de Ministros, cuando Felipe de Borbón y Grecia pudieraostentar el título de Príncipe de Asturias, y las demás dignidades y títulos de uso tradicional delheredero de la Corona española. [113]Cabría decir que, según las leyes internas de la Monarquía, en aquel acto de Oviedo, el Reyforzaba los tiempos, adelantaba los acontecimientos. Más: jugaba de farol, porque él no podíadisponer del Principado de Asturias en favor de su hijo. Necesariamente tuvo que recordar unaescena poco grata ocurrida en el verano de 1969.Cuando aceptó ser designado sucesor de Franco «a título de Rey», al no poder usar el título dePríncipe de Asturias, porque el Caudillo se lo prohibía, aceptó el inexistente «Principado deEspaña», un recurso inventado dos días antes por la princesa Sofía. El mismo día de la jura comosucesor, ante las Cortes españolas y de rodillas junto a Franco, ya de noche, Don Juan le telefoneó.Estaba muy dolido. «Tenía que hacerlo, eres mi hijo. Desde un bar del Alentejo te he visto jurar.Puedes imaginar todo lo que ha pasado por mi cabeza.» Fue una conversación de felicitaciones secasy reproches ácidos. «Tú lo sabías y me lo ocultaste.» «Papá, te juro que...» «¡No jures! Ya has juradohoy bastante.» Antes de despedirse, Don Juan le espetó: «Ah, oye, ese título de Príncipe de Españano sé quién te lo habrá dado, pero no es lo nuestro, así que ¡venga la placa!» Juan Carlos tuvo quedevolverle la Cruz del Principado de Asturias, insignia y título del heredero de la Casa de Borbón,que Don Juan guardó: «Ya se la daré en su día al chiquito.» [114]Aunque Juan Carlos era el Rey legal, no tenía la legitimidad dinástica, esencial en la Monarquía,pues Franco y sus Cortes, al proclamarle sucesor en 1969, habían dado un salto en la línea de lacontinuidad hereditaria. Ese esguince espurio chirriaba en sucesos como el de Oviedo, en los que seentreveía una perturbadora «diarquía»: un Rey de hecho, en primer plano, y un Rey de derecho, en lapenumbra. Que Juan Carlos dispusiera del título de Príncipe de Asturias para su hijo Felipe creabaun conflicto de legitimidades, ya que era Don Juan quien seguía poseyendo los derechos dinásticos y,como jefe de la Casa Real española, sólo él podía conceder dignidades propias del orden sucesorio.Sin embargo, ante este evento, la clase política, el estamento militar y hasta el «cuarto poder»,observador crítico y de suyo insolente, coincidieron al no hurgar en una herida que todavía escocíaentre el padre y el hijo. No hubo un solo comentario incómodo, ni una alusión atrevida. Incluso, sedio por supuesto que la escena en la Diputación de Oviedo contaba con el beneplácito del Conde deBarcelona, y que esa anuencia vaticinaba ya la declinación de sus derechos al trono por parte de DonJuan.Se non è vero, è ben trovato, pero lo cierto fue que al día siguiente de regresar de Asturias losReyes, se dio cita en La Zarzuela toda la familia real. En la cabecera de la mesa, Don Juan, comopadre y jefe de la dinastía. Se hablaba de cosas triviales y de cosas serias, de la reciente operaciónde varices de Don Juan y de la aprobación por el Senado norteamericano del tratado con España, que

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