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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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hablado; pero sí puedo decirles que mi impresión es estupenda. Ha sido una charla muy interesante, ya mí y a todos se nos han aclarado muchas dudas.» [76]Cuando más adelante empezaron a tergiversar lo que Suárez había dicho y prendió la especie deque «el presidente no había sido claro, sino deliberadamente ambiguo, con intención de engañarnos»,Suárez explicó al Rey y a quien quiso preguntarle:Dije lo que en aquel momento era la verdadera realidad: los estatutos tradicionales y entoncesvigentes del PCE no permitían su legalización. Había continuas referencias al «marxismo leninismo»al «internacionalismo proletario», al «derrocamiento del régimen burgués de capitalistas yterratenientes», a la «lucha contra el imperialismo». Otra cosa es que el PCE más adelante loscambiara. [77]Aquel mismo día, 8 de septiembre, en el hotel Commodore de París, José Mario Armero volvía aencontrarse con Santiago Carrillo, también en secreto, si bien esta vez ya en nombre del presidenteSuárez y con un cuestionario muy elaborado, para obtener información concreta sobre los objetivosde lucha del PCE, sus relaciones actuales con el PCUS, sus fuentes de financiación, las actitudes quetendrían como colectivo ante la Corona, el Ejército, las instituciones del Estado... Extremos que losservicios españoles de inteligencia averiguarían y chequearían luego por otras vías.Durante el almuerzo que siguió a la reunión con el generalato, Suárez percibió que quienesescuchaban atentos sus explicaciones entendieron cabalmente el alcance de la reforma y, les gustarao no, no se llamaron a engaño. Prueba de ello fue la reacción del vicepresidente De Santiago y Díazde Mendívil. Radicalmente opuesto a la legalización del PCE y de los sindicatos de izquierdas, a lospocos días, el 21 de septiembre, sostuvo un diálogo tan tenso con el presidente que forzó su cesefulminante.Aunque los tenientes generales asistentes a la reunión con Suárez se habían comprometido alsecreto, uno de ellos informó off the record al general Armada, que no estuvo allí. Llevado de sucelo oficioso como secretario del Rey, Armada redactó un «informe confidencial para Su Majestad».Era un juicio bastante negativo sobre la exposición de Suárez y su diálogo con los que Armadacalificaba como «príncipes del Ejército». Al Rey le extrañó la discrepancia entre la versión deArmada y las que había recibido de Gutiérrez Mellado, de Álvarez-Arenas y del propio Suárez. Parasalir de dudas, uno de esos días llamó a su despacho a Suárez y a Armada. Un careo improcedente ymanco de tacto por parte del Rey que, además de provocar una desagradable discusión, aumentó lacrispación, soterrada pero real, entre el presidente y el secretario. [78] Armada expuso una vez más sutesis de que los militares se sentían irritados con las reformas anunciadas y que el malestar podíadesbordarse con riesgo de involución. Era su alarma recurrente. Y, se diera o no se diera cuenta deello, cada vez que la hacía sonar, al Rey le subía la tensión. Conseguía atemorizarle. Y el resultadoinmediato era una llamada del monarca a Suárez y una recomendación de «prudencia, cuidado,freno». Exactamente, lo contrario a lo que la calle demandaba.Suárez: «No olvide, general, que en España sigue en vigor la pena de muerte»El 10 de septiembre, Adolfo Suárez anunció desde la televisión, su púlpito favorito, el envío de laLey para la Reforma Política a las Cortes, donde se debatiría por trámite de urgencia. El día 11 secelebró en Cataluña la Diada, por vez primera desde el fin de la República. Se cantó El segadors, seblandieron senyeres y se gritó Visca Catalunya!, con mucha alegría y ningún mal incidente. El 20, seautorizaba la exhibición pública de la ikurriña.

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