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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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—Es que..., verás, me ha llamado el Rey y me ha dicho: «Álvaro, te necesito ahí.»—O sea, ¿que vienes a La Moncloa como el hombre de La Zarzuela? [128]En los servicios de espionaje, a eso lo llaman «empotrar un canario» o «incrustar un topo». Controlencubierto. Obviamente, Recarte puso sobre aviso al presidente. Y al decírselo vio que se poníalívido. Suárez tardó en reaccionar. Luego, muy desconcertado, le preguntó: «¿Eso te lo ha dicho enserio? ¿Estás seguro?»Suárez no era un correveidile, por el contrario, aborrecía a los susurradores, incluso suinformación de Gobierno la distribuía con cuentagotas; pero pensó que debía poner al corriente aAlberto Aza, el diplomático barbado, jefe de su gabinete. Aza valoró el dato de que «supuestamente»el Rey quisiera controlar lo que se hacía en La Moncloa; aunque también podían ser ínfulas deÁlvaro Bustamante, tomándose al pie de la letra algún comentario jocoso del Rey, del tipo «tú veallí, abre bien los ojos, y luego vienes y me lo cuentas». En cambio, entró flechado al tema de AbrilMartorell y a su intento de captar a Recarte: «Césale, presidente. Ha sido siempre un mandamás, y enplan cuartelero de ordeno y mando. Acapara parcelas, crea desavenencias, irrita... Para la moción decensura, no hubo manera de que nos soltase los papeles de economía y tuvimos que recurrir a LuisÁngel Rojo en el último minuto... Y ahora quiere, no sé cómo, pero es fácil adivinarlo, largarnos atodos a paseo, empezando por ti.» [129]Una descripción que coincidía con la que Suárez le había escuchado más de una vez a AgustínRodríguez Sahagún: «Si lo malo de Abril no es tanto lo que manda como lo que parece que manda, ycómo manda... Recuerda al capataz con sus jornaleros. Encima, la gente le oye creyendo que habla ennombre tuyo. Y muchos piensan que te anula, que a solas te puede, y acabas haciendo lo que quiereFernando.» [130]Diez hombres sin piedad en La Casa de la PraderaUna casa de campo del Ministerio de Obras Públicas que nunca había tenido nombre, pero que enadelante se llamaría La Casa de la Pradera. A cuarenta kilómetros de Madrid, en Manzanares delReal y cerca del embalse de Santillana. Allí citó Adolfo Suárez a los miembros de la comisiónpermanente de la UCD un par de jornadas, el 7 y 9 de julio, «para reflexionar, discutir y solucionarnuestros problemas». Era un modo políticamente correcto de decir «para que me golpeéis y megolpeéis, hasta que caigáis exhaustos; no voy a dar ni un solo golpe, prefiero ganar en el últimoround por agotamiento del contrario». Llegaban por la mañana, almorzaban allí y se iban alanochecer.En torno a una amplia mesa, Suárez, como presidente del partido, y los diez miembros de lapermanente, periodísticamente apodados «los barones»: Joaquín Garrigues Walker, FranciscoFernández Ordóñez, Rafael Calvo Ortega, Fernando Álvarez de Miranda, Landelino Lavilla, RafaelArias-Salgado, Fernando Abril Martorell, Pío Cabanillas, Rodolfo Martín Villa y José Pedro Pérez-Llorca.Rompió el fuego Rodolfo Martín Villa, por su mayor amistad y vinculación con el presidente:—Dos temas. La moción de censura ha cambiado las cosas y en adelante se nos exige una mayoríaabsoluta que no tenemos. Habrá que pactar. Quiero señalar el dato de la personalización excesivaque hace la oposición: ya no hablan de la UCD o contra la UCD, sino de Suárez o contra Suárez. Porotra parte, el retranqueo del presidente, el que no esté ejerciendo los poderes, ha puesto en duda sucompetencia y su capacidad para gobernar. —Aunque había once hombres en aquella habitación, las

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