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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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petroleros que transportan las dos quintas partes del crudo consumido mundialmente», y le advirtióque las tropas soviéticas que habían invadido Afganistán estaban «de momento» a menos desetecientos kilómetros de Ormuz.Se produjo un silencio intenso entre las cinco o seis personas presentes en esa conversación.Luego, Suárez informó a Schmidt de algunos contactos de su Gobierno con Iraq y Jordania, y de suspropias gestiones con la OLP, Egipto y Siria, orientadas a las negociaciones pendientes sobre losterritorios de Gaza y Cisjordania, y el futuro de Jerusalén. Propuso «avanzar en la línea abierta porel presidente Carter en Camp David», donde se produjo el encuentro entre Menajem Beguin y Anwarel-Sadat. «Pero ese sello de paz entre Israel y Egipto no debe ser un hito para una foto histórica;puede seguir ampliando su contenido: ¿por qué no complementar las resoluciones 242 y 338 delConsejo de Seguridad de la ONU, pero incluyendo el tema de Palestina? [86] ¿Por qué no celebrar unanueva conferencia de seguridad, bajo auspicios de Naciones Unidas y con mandato del Consejo deSeguridad?» [87]Como de pasada, le comunicó: «El mes que viene posiblemente me encontraré con Saddam Husseinen Bagdad y con el rey Hussein en Ammán. También tengo previsto ir a Riad y a Damasco. Una cosason los dossieres que uno lee y otra cosa es verse las caras con quienes mandan en su casa.»Schmidt le escuchaba con atención creciente. Sin duda, él venía a estimular al Gobierno españolpara que pusiera en marcha los trámites de ingreso en la OTAN, pero se encontró con este discursotan inesperado como interesante. Al término de la charla, dijo a Suárez: «Convendría que expusierascon detalle tu visión del panorama al presidente Carter. Y, si no te importa, facilítame un teléfono...porque mañana no voy a Toledo, estoy citado con Giscard en París, y prefiero decirle ya que...»Desde allí mismo, delante de Suárez, descolgó el auricular y habló con Carter: «Presidente, estoy enMadrid, pienso que deberías recibir y escuchar cuanto antes al presidente de España.» [88]Al día siguiente, el rey Juan Carlos llamó a Carter: «Presidente, creo que el canciller Schmidt ya teadelantó algo... Me gustaría que hicieras un hueco en tu agenda y recibas a mi jefe de Gobierno,Adolfo Suárez.»Seis días más tarde, el 14 de enero, Suárez aterriza en la base Andrews, con un frío de siete gradosbajo cero. Le espera el secretario de Estado Cyrus Vance. [89] En la Blair House descansa un rato. Suestancia en Washington será breve, seis horas, pero sin salir de la Casa Blanca. Primero en elDespacho Oval. Mesa de caoba, un crucifijo y un barquito pisapapeles sobre una montaña deteletipos y notas amarillas. Carter, cálido, acogedor. Quizá piensa que el español viene a decirle «sí,quiero, he soñado toda mi vida con ser miembro de la OTAN, y en adelante diré NATO». Después,comida de trabajo en la sala contigua. Mucha madera oscura recubriendo las paredes, al gusto deJohn Adams y demás padres fundadores. Está el mando al completo: Jimmy Carter, Walter Mondale,Cyrus Vance y Zbigniew Brzezinski, el polaco gran gurú de política exterior, y cerebro de laTrilateral y del Council on Foreign Relations. Junto a Suárez, Marcelino Oreja. Y Stephanie VanReigersberg, la jefa de intérpretes, que traduce a mil por hora, a pesar de lo cual Carter de vez encuando la detiene, mostrando la palma de su mano pecosa: «Yo entiendo, yo entiendo...» No quiereperder tiempo. Desde la crema caliente con bacón hasta el helado con tejadito de arándanos, Suárezexpone lo mismo que a Schmidt, pero con más detalles, porque éstos inquieren con berbiquí: ¿talgeneral sirio?, ¿tal diputado jordano?, ¿tal extraño comerciante de materiales plásticos y metálicoscon almacenes en Iraq, a cuarenta kilómetros de Kirkuk? «Prototipos... para ojivas. Dan mucho rodeoen el trayecto para camuflar el origen, pero sabemos que se los envían desde Alemania Oriental»,dice Suárez como si no dijera nada. Los americanos se miran entre ellos. La señora Van Reigersberg

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