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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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jefe de seguridad de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno. Madrid, febrero de 2005; AdolfoSuárez González, intervención oral en la Fundación Ortega y Gasset, Seminario en Toledo, 13 demayo de 1984; Bono, Les voy..., ob. cit., p. 363.71. Existe un texto de Adolfo Suárez explicando en primera persona el desarrollo de la reunión del8 de septiembre de 1976 con la cúpula del mando militar. Fue dirigido al palacio de La Zarzuela,para que José Luis de Vilallonga, autor del libro El Rey, ob. cit., rectificara su afirmación de que«por la deliberada ambigüedad de Suárez, muchos de aquellos tenientes generales se sintieronengañados y traicionados». También envió otro escrito, explicando y aclarando su intervención en laOperación Tarradellas. El libro de Vilallonga, al ser traducido de la edición francesa a la versiónespañola, fue enmendado, «afeitado» y recortado en ese y en otros muchos puntos, al menos encuarenta y cinco, por lo que resultó innecesario incluir el texto de Suárez, que no vio la luz. La autoratuvo acceso a él y, por su valor histórico y su carácter inédito, lo reproduce aquí en su integridad.El primer Gobierno que presidí en julio de 1976 —el segundo de la >Monarquía— tenía un[os]objetivo[s] muy claro[s] que S. M. el Rey conocía y compartía: devolver la soberanía al puebloespañol, instaurar los derechos y libertades ciudadanas y construir una democracia pluralista en laque los españoles pudieran convivir en paz y expresarse en libertad. Con ello se conseguiría lareconciliación de todos los españoles, divididos aún por las secuelas de la guerra civil, y el Rey —que había accedido al trono por decisión del general Franco y en virtud de las Leyes Fundamentalespor él promulgadas— se convertiría en Rey de todos.Las dificultades para lograr estos objetivos eran muy grandes. Buena parte de la clase política delrégimen anterior que ocupaba las instituciones entonces vigentes se oponía a ello. La Ley para laReforma Política en que jurídicamente se concretaba la operación tenía, además, que ser aprobadapor esas instituciones y cumplir los requisitos y procedimientos que las Leyes Fundamentales —queel Rey y yo habíamos jurado— preveían para su modificación y reforma. Era menester, por tanto,llegar a la democracia respetando esas leyes y conseguir la aprobación de unas instituciones que ibana desaparecer si aprobaban lo que se les proponía. La cuestión parecía a muchos históricamenteimposible.Siempre he creído en la fuerza de la razón, en la virtud del diálogo y en el sentido común de lamayoría. Para llevar a cabo la reforma sobraban razones y urgencias, y éstas estaban al alcance detodos. Era menester hacer algo que en España parece siempre muy difícil: dialogar, convencer yhacerse entender. En definitiva, hablar con todos los sectores de la sociedad española yconvencerlos de la necesidad y urgencia de la reforma política.El Rey, como he dicho, conocía y compartía este propósito. La responsabilidad de llevarlo a caboera algo que a mí —y a mi Gobierno— solo competía. Así lo asumí.Algunos sectores del régimen anterior no deseaban la reforma y propendían al inmovilismo. Otros—que entonces figuraban en la oposición política y sindical— sólo parecían desear la ruptura ypretendían hacer tabla rasa de todo lo existente. El pueblo español era el que no se merecía ni laruptura de su convivencia ni su condena a la inmovilidad perpetua. No estaba, además, dispuesto asometerse a esos dictados porque constituía una sociedad moderna, emprendedora y libre que sehabía hecho a sí misma bajo el régimen autoritario y quería ser dueño de su destino.A quienes primero había que convencer y sosegar era a los altos dirigentes de los ejércitos que —en el régimen anterior— constituían la columna vertebral del sistema y los garantes de los PrincipiosFundamentales que había que reformar. Sin lograr al menos su neutralidad era imposible iniciar lareforma.Por eso convoqué una reunión de los altos mandos militares para el 8 de septiembre de 1976 en mi

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