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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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Willy Brandt, Olof Palme, François Mitterrand, Pietro Nenni, Michael Foot, Carlos Altamirano, ydelegaciones de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y del Frente Polisario. Sólohubo que disuadir a Mário Soares para que no acudiera, pues al ser el jefe del Gobierno de Portugal,su presencia hubiese significado que despreciaba la situación de ilegalidad del PSOE, al tiempo queexigía un recibimiento oficial, unas audiencias y unos protocolos.Después de cuarenta años de clandestinidad, ese congreso fue la presentación pública del PSOE yde la joven ejecutiva surgida en Suresnes. El Gobierno de Suárez aprovechó su gran impactomediático en Europa como señal de humo de que la democracia española iba por buen camino. WillyBrandt y el diputado Hans Matthöfer —el «hombre del maletín» que facilitaba las ayudas económicasa los compañeros socialistas españoles y portugueses— fueron recibidos por el Rey y por AdolfoSuárez, a petición del monarca. Los dos alemanes sacaron muy positivas impresiones de esasentrevistas y de la sinceridad con que el proceso democratizador se estaba llevando a cabo. JuanCarlos encareció a Brandt que siguiera influyendo en el PSOE para que se condujese en la líneamoderada con que ya venía actuando. En cuanto a Suárez, aunque no mencionó la comisión de losNueve, les dio a entender que estaba dispuesto a negociar con ellos. Suárez dijo que tanto el Reycomo él eran partidarios de legalizar al PCE cuanto antes, pero la actitud hostil del Ejército era unfuerte obstáculo, «aunque —agregó— según las últimas encuestas hechas, entre los oficiales jóvenesy de mediana edad, de tenientes a comandantes que no hicieron la guerra civil, la oposición al PCEha disminuido bastante». Un argumento novedoso, aducido por Suárez en su charla con Brandt yMatthöfer, para justificar la legalización del PCE fue que, sin el concurso positivo de los comunistasy de su sindicato CC.OO., no sería posible afrontar la deteriorada situación económica queatravesaba España. Curiosamente, ese razonamiento se lo había hecho llegar el propio Carrillo, através de Armero, por sus conversaciones de agosto en Niza y de septiembre en el Commodore deParís. Y a Suárez le había hecho efecto. [54]De los encuentros entre el Gobierno y los líderes de la oposición, aparte del resultado concreto dediálogo y entendimiento que se obtuviera en cada uno, había siempre alguna deliberada filtración, demodo que la ciudadanía iba conociendo nombres y rostros hasta entonces ignorados, yacostumbrándose a que había que «hacer camino al andar» y hacerlo juntos, hombro con hombro.Era, en cierto modo, la asignatura de ciudadanía, la pedagogía cívica que impartieron día a día losmedios de comunicación. Sacar de la oscuridad, del anonimato impuesto durante años deprohibición, a los próximos protagonistas de la acción política, mostrar el cartel de los nuevosactores, exponer sus ideas políticas y sociales. Todo ello suponía una imponderable aportación a laconvivencia democrática y al logro formidable del consenso. Durante meses, muchos meses, todosesos líderes tuvieron plaza en periódicos y emisoras: tertulias, entrevistas, ruedas de prensa,almuerzos con periodistas.Todos, excepto el gran excluido: el PCE, con su secretario general, Santiago Carrillo. Era el tabú.La náusea de la derecha reaccionaria todavía instalada en las instituciones. El enemigo a sangre yfuego en el imaginario colectivo del Ejército. El maligno imperdonable. La curva peligrosa dondepodía derrapar la reforma. El desafío del Gobierno. Y el miedo del Rey. Sin embargo, el «quiero serel Rey de todos los españoles» no podía hacer apartheids discriminatorios. Harían falta agallas y«una determinada determinación», pero había que intentarlo. Conocer sus pretensiones y susactitudes. Exponerles los requisitos de la ley y saber si iban a cumplirlos.Y no se trataba de un test de autenticidad democrática, sino de un acto de coherencia y de justicia:

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