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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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susto y una adhesión emotiva, no le parecía juego limpio. Sobre todo: ahora le había fallado la piezaclave del ajedrez, el Rey. Algo se le había roto dentro y ya no deseaba seguir.Tiempo después, explicaría Rafael Arias-Salgado, su ministro más cercano: «Adolfo se planteóradicalmente la dimisión a causa del Rey. En su vida política todo se explicaba por su relación conel monarca. También su dimisión. Adolfo tiene hacia el Rey agradecimiento y lealtad: “El Rey se hajugado el trono apostando por mí”, le oí decir varias veces. Esa gratitud y esa lealtad, ¡en absolutoserviles!, llevan a Adolfo Suárez a querer que su ejercicio político sirva para consolidar laMonarquía. Y si eso no es así, o si el monarca piensa que los fallos del Gobierno o los fallos deSuárez perjudican a la Corona, adiós, se acabó, carretera y manta. Para Adolfo es condición sine quanon tener la confianza del Rey. Y si no, no quiere seguir. Perder la confianza del Rey o arrastrarlecon su propio fracaso, por la gran identificación que ha habido entre ellos, son motivos más quesuficientes para retirarse.» [16]Dimitir del Gobierno, lo tenía claro. «Zarzuela-CESID-Armada-PSOE... and company», comodecían Cassinello y Laína, la cabeza que buscaban era la de Suárez. Renunciar sería su últimoservicio a la democracia por la que luchó.A primera hora de la tarde, acudieron Fernando Abril y Rafael Arias-Salgado. Hablaron delCongreso de la UCD que iba a celebrarse inmediatamente, del 2 al 4 de febrero, y acordaron intentaruna aproximación a los críticos, con cesiones que atemperasen su hostilidad y rebajaran la tensión.Suárez no les dijo nada de la interrumpida montería del Rey. Abril se marchaba directamente aValencia para trabajar con los delegados del partido por aquella circunscripción: «Hay problemas.Minucias, pero dan dolor de cabeza. Cuatro días de templar gaitas allí no me los quita nadie», dijo aldespedirse.Suárez había previsto redactar durante ese fin de semana los esquemas de dos discursosalternativos ante el Congreso de la UCD: uno presentando la dimisión y otro reasumiendo el mando,si salía reelegido. Después de la encerrona con los generales y todo lo hablado con el Rey, decidióque sólo habría un discurso: el de dimisión como presidente del Gobierno y del partido, en laapertura del Congreso de Palma. Discurso inicial y discurso final en una sola pieza: os saludo... y medespido.Lo complicado era cómo razonar el adiós. No podía decir por qué dimitía.No podía decir que se lo había pedido el Rey —y no una vez, ni dos, ni tres—, porque el Rey nopodía pedir eso. Sería una denuncia muy grave. Tampoco podía decir que se lo había exigido un pooldel generalato, en una encerrona en casa del Rey, a la que éste se prestó, y mostrando una Star 9 mmcomo argumento de convicción.Y aún menos podía decir que, si no dimitía, si no desaparecía del planeta, vendría un golpetravestido de operación parlamentaria y constitucional; un golpe patrocinado o consentido o bienvisto por el inquilino de la Real Casa, quien, para más inri, había tocado todos los manubrios hastalograr que le trajeran a Madrid al protagonista del Putsch.No podía decir nada de eso porque dos tercios del Parlamento estaban detrás de esa operación.Unos uncidos, otros untados y otros persuadidos de que hacían patria.No podía decir la verdad, porque, si lo hacía, dinamitaba el juego artero de la oposición, lademocracia ficticia, el trasteo que pretendían retorciendo la letra de la Constitución... ¿Y luego? ¿Sequedaba él «solo ante el peligro», con el Colt humeante frente a las instituciones chamuscadas?No podía desvelar que, por miedo a un 2 de mayo arrasador, se estaba tejiendo un 21 de marzomenos cuartelero, incluso cívico militar, pero igual de pernicioso.No podía decir nada de eso: saltaría por los aires el sistema. Y el sistema arrastraría la Corona.

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