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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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En una de aquellas conversaciones, Juan Carlos le preguntó:—Adolfo, cuando muera Franco, ¿qué coño crees que habrá que hacer?Suárez cogió un papelillo, una servilleta de parador, lo primero que tuvo a mano, y empezó aanotar esquemáticamente una serie de cosas que a la vez iba diciendo en voz alta:—Hay que devolver la soberanía al pueblo. Eso en cristiano significa que el Rey tendrá que decirbye bye al poder absoluto... Hay que legalizar los partidos políticos. Hay que hacer unas eleccioneslibres y limpias. Hay que redactar una Constitución democrática, como las que tienen los demáspaíses de Europa. Hay que hacer una reforma fiscal para que paguen más los que tienen más. Hay quesuprimir las jurisdicciones especiales, los tribunales de excepción...Era el tema que a los dos les importaba: cómo hacer el cambio de régimen, la apertura de lasinstituciones hacia la democracia, sin revolución, sin sangre, sin revanchas... y sin salirse de lalegalidad. La idea ir «de la ley a la ley» pudo ser un chispazo de Torcuato, pero también laempleaban el Príncipe y Suárez. Uno y otro sabían que el nuevo Estado tenía que gestarse en la panzadel Estado viejo, desmontando las Leyes Fundamentales pieza a pieza... y sin vivir ni un cuarto dehora a la intemperie de la legalidad.Ciertamente, Suárez no era un jurista. Y ahí es donde Torcuato se hacía imprescindible.—Adolfo —le decía Juan Carlos—, tú no dejes que me equivoque. Si alguna vez me despisto, zas,dame un tirón del brazo y bájame a la realidad. [18]Y no eran sólo chácharas futuristas, o apuntes a vuela pluma en una servilleta de papel. Tambiéninformes. Un viernes de abril o mayo de 1975, Adolfo le preguntó a Fernando Herrero Tejedor —entonces ministro del Movimiento— si contaba con él para algún trabajo aquel fin de semana. Habíaentre los dos una gran confianza. Herrero, aunque era su superior, solía llamarle en broma «jefe»:«¡Eh, tú, jefecillo, que te gusta mucho mandar!» Y esa vez le contestó:—No, gracias. Tengo que trabajar un asunto muy delicado y he de hacerlo solo.—Pues me viene de perlas, porque yo también tengo entre manos otro trabajo delicado y...confidencial.En la respuesta de Suárez percibió Herrero Tejedor un puntito de vanidad.—¿No te lo habrá encargado el Rubio...?—Pues sí, el Rubio.—A ver si estamos en lo mismo...Estaban en lo mismo, el Príncipe por entonces pedía a distintas personas que le esbozaran unproyecto de democratización, medidas jurídicas que adoptar para hacer el cambio político, demandassociales, estados de opinión en diversos ambientes... [19]En el retrovisor de su historia política, Suárez veía tres claras intervenciones del Príncipe en sufavor, pero él rentabilizó las tres en beneficio del Príncipe. Una fue cuando Juan Carlos pidió aCarrero que nombrasen a Suárez director de RTVE. El ministro del ramo, Alfredo Sánchez-Bella, seoponía. «Es lo único que el Príncipe me ha pedido en toda su vida», le argumentó Carrero. [20] Ydesde RTVE, Suárez se dedicó full time a cuidar y a poner en valor la imagen pública del Príncipe,que hasta entonces era un oficial estirado, larguirucho, taciturno, con una sola ceja, la gorra caquicalada y siempre dos pasos detrás del Generalísimo.Otra intervención del Príncipe fue que Herrero Tejedor se llevara a Adolfo consigo, como númerodos en el Ministerio del Movimiento. Desde ese puesto, que controlaba todos los flujos y reflujospolíticos del régimen, Suárez se aplicó a dialogar con los dirigentes de la oposición, a quienes JuanCarlos todavía no podía dirigirse: Enrique Tierno Galván, Raúl Morodo, Dionisio Ridruejo,Salvador de Madariaga, Gregorio López Raimundo, enlace de Santiago Carrillo, o Carlos Hugo de

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