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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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elementos de un conjunto armónico pretenden constituirse como un todo, con desprecio a la mayoría,e imponen una presión institucional, cuyas consecuencias la historia por desgracia nos ha mostrado.»Le resultaba inadmisible la exoneración de los tenientes de la Guardia Civil, aduciendo laobediencia debida a unos mandos que dudaban y que —según los juzgadores, y esto era lo más grave— a lo largo del 23 y la madrugada del 24 de febrero no tenían muy clara la situación, y estaban a laespera de que otros mandos muy superiores se decidieran. Adolfo Suárez expresó su perplejidadporque unos tenientes desconocieran la Constitución y el Código de Justicia Militar... y por tanto susdeberes «legales». Y no podía dar crédito a esas «dudas de los mandos», puesto que la «situación notenía que decidirse: estaba ya decidida por la Constitución». Y no había que esperar a que lo dijerael Rey. Aquí podía hasta sentirse su énfasis: «El Rey no puede realizar indicaciones contrarias a lapropia Constitución, que es la norma que establece cuáles son sus competencias como titular de laCorona.» Ahí quedaba eso.Después de dejar claro que «en España no existe un poder civil y un poder militar: el poder es sólocivil», lanzó su afirmación más rotunda, la que de verdad le producía «desasosiego»: «No cabeadmitir la peregrina idea de una unión directa, exclusiva y excluyente, entre las Fuerzas Armadas y elRey; unión que no tendría otro objetivo que colocar al propio Rey y a la misma institución militar almargen de su instancia legitimadora: el pueblo español.» Y el buen entendedor que entienda.Adolfo Suárez había hablado con libertad y con autoridad. Fue un buen regreso.Al día siguiente, el Gobierno de Calvo-Sotelo recurría la sentencia ante el Tribunal Supremo. Eranecesario que la jurisdicción ordinaria dijese la última palabra. Y la dijo, agravando seriamente lascondenas.Suárez y el Rey, amigos de nuevoEl Rey estuvo satisfecho con Leopoldo en los primeros meses de su mandato, según le comentó a suamigo Jaime Carvajal y Urquijo a mediados de abril de 1981: «De la situación política dice [el Rey]que parece menos pesimista de lo que él hubiera pensado. Está contento con Leopoldo Calvo-Sotelo,por la autoridad con que gobierna.» [30] Pero año y medio después, en octubre de 1982, ya se habíacansado de su jefe de Gobierno. Así se lo confiaba a Jaime Carvajal una semana antes de laselecciones que darían la victoria de los diez millones de votos a Felipe González. «Sabino, comolleva el libro, les da hora a los líderes políticos y provoca que yo los reciba; pero Leopoldo seopone. Me da igual. No pienso hacerle caso. ¡Empiezo a estar un poco harto de Leopoldo!» [31] ElRey ansiaba el cambio.Suárez abandonó la UCD, que sin él naufragó, y no quedaron ni las ratas del barco para contarlo.Fundó otro partido, el Centro Democrático y Social (CDS). Era un buen proyecto de centroprogresista, pero «la banca madrastra», como decía él con humor, no les fió el dinero suficiente parapoder tener «suerte» duradera. Tal vez porque atraía militancia y votos de la derecha y de laizquierda, incordiando tanto al PP como al PSOE. En las elecciones de 1982, el tirón de AdolfoSuárez consiguió su escaño y el de Rodríguez Sahagún. Y en las de 1986 pegó un subidón situándosecomo tercera fuerza nacional, con diecinueve escaños, y una importante presencia en municipios,entre otros, la alcaldía de Madrid. Los pactos con la derecha del PP serán el «abrazo del oso» parael CDS, que inicia en 1989 su declive electoral y la dispersión de muchos de sus cargos. Ante losmalos resultados en las municipales y autonómicas de 1991, la misma noche del escrutinio de votos,Adolfo Suárez presenta su dimisión. Se retiró de la política activa, pero ojo avizor, sin perderla de

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