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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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todos esos veteranos generales habían vivido la guerra y quedaban paralizados de pánico ante lamención del fantasma de 1936. Nadie quería volver a eso. Todos buscaron el soportal del Rey.Saliera bien o mal la gestión de Armada, el Rey no arriesgaba nada. En la maquiavélica opinión deSabino: «El Rey no perdía nunca. El Rey ganaba en cualquier caso. Sólo tenía que esperar para verde qué lado ponerse.» [31]Armada y Sabino, pacto de silencioEn torno a las 20.30, Gabeiras sale del palacio de Buenavista, Cuartel General del Ejército, paraasistir a una reunión de la JUJEM, en Vitrubio 1.Armada, desde su despacho, y durante una hora, hace por su cuenta algunos sondeos telefónicosentre los capitanes generales que no se hablan con Gabeiras y detecta que Merry Gordon (Sevilla),Pascual Galmés (Cataluña), Elícegui Prieto (Zaragoza) y Campano López (Valladolid) están deacuerdo con lo de Milans en Valencia, aunque se palpan las ropas y esperan a ver qué hacen lascapitanías vecinas; si encuentran «calor y animación», se sublevarán también. Pero Armada no quiereun vuelco involutivo. Sabe que eso no lo admitiría el Rey, nos cerraría las puertas en Europa,pondría el país en un estado de confrontación civil y, en todo caso, Estados Unidos, «desaconsejamuy seriamente» el regreso a una dictadura en España, por sus propias conveniencias atlantistas. Loha tratado pocos días antes con el embajador Terence Todman. Tiene concertada para esa mismanoche una cena con el general estadounidense Robertson... Una España gobernada por un Directorioo una Junta Militar quedaría otra vez marginada de las democracias europeas, y sería una bazaperdida para la OTAN.Lo que Armada intenta es que esos capitanes generales acepten su propuesta personal comopresidente de un Gobierno de unidad, votado en el Parlamento esa misma noche, partida en dos lainvestidura de Calvo-Sotelo, por tanto con «sede vacante», a cambio de que Tejero y sus hombresabandonen el Congreso. Una transa que «sólo persigue remediar la situación, sin violencias yrespetando la Constitución, y poniéndolo todo a disposición de Su Majestad».Por esos contactos se entera de que el teniente general Ángel Campano no se ponía al teléfonocuando le llamaba el Rey. Y de que Merry Gordon, vestido de legionario, boina negra de tanquista yalgún viejo emblema de la División Azul, celebraba la movida con traguitos de buen escocés. En unprimer momento se disgustó con Milans, porque había asumido el mando del cuartelazo: «Mira,Jaime, a mí esto no se me hace, siendo yo más antiguo que tú. Y encima, informarme sólo una horaantes de un asunto así... ¡Eso sí que no, por ahí no paso! No cuentes conmigo, Jaime. Quedo enteradoy tomo nota. Además, te adelanto que eso tuyo está condenado al fracaso.» Pero luego le telefoneópara jalearle.Además de esas llamadas, Armada comunica dos o tres veces con Milans. El sublevado deValencia, viendo que las fichas del dominó siguen quietas, sin decidirse a dar el cuartelazo, hace unasegunda ronda; pero esta vez propone la solución Armada para evitar una masacre, «porque el burrode Laína quiere meter a los geos a tiro limpio en el Congreso y para que no tengamos una división enel Ejército». Milans detecta vacilaciones, dudas, y los anima: «Armada se la juega yendo con esapapeleta, eh, y el hombre está dispuesto a dejar incluso su carrera militar... pero necesita sentirvuestro apoyo, acaba de decírmelo.»Estas conversaciones son ya pasadas las once de la noche, y sólo cuatro capitanes generalesrechazan de plano la asonada de Milans y la fórmula de Armada: Delgado, De la Torre Pascual,

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