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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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«Al oír eso —comentó más adelante el Rey—, respiré tranquilo por primera vez desde hacíatiempo. Carrillo me daba su palabra de que no lanzaría a su gente a la calle. Podríamos trabajar concalma y serenidad.» [58]El 7 de febrero de 1976 —con Juan Carlos en su primer trimestre de reinado con Arias en elGobierno—, Santiago Carrillo cruzaba a España por La Junquera en el potente Mercedes deTeodulfo Lagunero para instalarse en Madrid en un chalé, también de Lagunero, en la calle deLeizarán, en la zona de El Viso. Allí permaneció muchos meses clandestinamente. Los militantescomunistas le habían dicho que le necesitaban cerca, para que sus directivas de gobierno fueseninmediatas, rápidas y sobre el terreno. Eran tiempos de actividad intensa y muy hostil:manifestaciones de protesta en la calle, barricadas, paros laborales en cadena, huelgas y encierros detrabajadores, propiciados por CC.OO. y por el PCE, con las subsiguientes réplicas de cargaspoliciales, muertos, heridos, registros, detenciones de cuadros comunistas.Ante aquel endurecimiento del ambiente y la ausencia total de una política balsámica e inteligentepor parte del equipo Arias-Fraga-De Santiago, el Rey envió otro mensaje a Carrillo en marzo de esemismo año, 1976, para que templara los ánimos de su gente. Aunque el líder comunista vivía ya enMadrid, la estafeta del correo fue de nuevo la residencia presidencial de Ceaucescu en Bucarest. Yallá tuvo que desplazarse Carrillo con un pasaporte falso a nombre del arquitecto Raymond Giscard.Don Juan Carlos volvía a reiterarle su petición de calma y paciencia. Y le daba unas largas muydifusas: «En aquellas circunstancias, con tanto extremismo y tanta «lucha» en la calle, no veía fácil nipronta la legalización del PCE. Su propuesta era que los comunistas participasen pacíficamente en eljuego democrático concurriendo a las primeras elecciones como independientes. Y ya másadelante...» La respuesta de Carrillo fue un rotundo no. Se lo dijo allí a Ceaucescu y lo declarópúblicamente en rueda de prensa, al pasar por París de regreso, el 2 de abril de 1976: «El PCE nocomparecerá en las elecciones ni como un grupo independiente ni disfrazado de lagarterana.Queremos ser legalizados al mismo tiempo que los demás partidos. Si no, saldremos a la calle, quees de todos.» Y respondiendo a una pregunta: «No tengo una gran esperanza en que el Rey puedaabrir el camino de la democracia en España. Diré más: no tengo ninguna esperanza.»A partir de esa negativa, Carrillo fijó la legalización del PCE como condición ineluctable para queel PCE aceptase la Monarquía. No habría otro trato.No era un asunto del que el Rey pudiera desentenderse. Dada la resistencia de las Cortes y delEjército, sólo cabía pensar que la legalización del PCE tendría que diferirse varios años. Para pulsarde un modo directo y fiable los estados de ánimo y la actitud combativa de los comunistas, evitandolas intoxicaciones de los servicios militares de inteligencia, el monarca pensó que un buen vehículode información podría ser el aristócrata y abogado comunista Jaime Sartorius, miembro conresponsabilidades dentro del PCE. Un tío de Jaime Sartorius, el embajador Manuel Bermúdez deCastro, había sido secretario personal de Don Juan de Borbón. Sartorius —que en sus años deuniversitario le tenía tirria «soberana» a Juan Carlos y era de los que se iban del aula cuando elPríncipe llegaba—, cumplió su cometido de hombre puente tanto cuando el Rey como su partido se lorequirieron. [59]El 2 de junio de 1976, desde su escondite en el chalé de la calle Leizarán, Carrillo siguió portelevisión muy atentamente el discurso de Don Juan Carlos en el Capitolio de Washington y sucompromiso urbi et orbi de establecer la democracia en España. No quería concebir esperanzasvanas, pero el joven Rey le pareció sincero en su apuesta aperturista. Le agradó. Luego sobrevino la

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