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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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Ese «acotar» buscaba un banquillo de acusados reducido al mínimo. Era el consejo de Sabino alRey, el encargo del Rey al ministro Oliart: «Que toquen sólo a los que no haya más narices quetocar.» Los indisimulables. Los que dieron el cante: Tejero, Milans, Pardo Zancada y..., con guantesy pinzas, Armada.Tácito o explícito, hubo un entendimiento: si «vosotros no extendéis la condena y el sentimiento deagravio a todo el Ejército», [19] nuestros jueces militares sobrevolarán la trama civil de políticos,empresarios y periodistas enganchados en la Operación Armada, ignorando su existencia. Yfuncionó.Para el Rey y para el presidente del Gobierno, el juicio del 23-F no era un asunto más o menospreocupante, más o menos agobiante: era un asunto absorbente, era «el asunto». Y con motivos. Uno,porque podía encrespar a los militares y a sus familias. Dos, porque se preveía una ruptura entre lasociedad civil y el estamento castrense. Tres, porque el Rey no quería «perder» su liderazgo sobrelos ejércitos. Cuatro, porque la expectación nacional y extranjera sobre los procesos eraincontenible. Cinco, porque el resultado de los juicios sería el test de madurez de la democraciaespañola ante Estados Unidos y las democracias europeas. El «tejerazo» bananero había puesto aEspaña bajo sospecha de franquismo insepulto.Calvo-Sotelo y Oliart vivieron en un ay de temor alerta mientras duró el consejo de guerra. Queríanresolverle el problema a la Corona y al Estado. Consideraban que esos juicios eran la clave de laTransición y no debían cerrarse en falso. Pero el peligro golpista no había sido conjurado y la clasepolítica alimentaba el síndrome de lo que se dio en llamar «democracia vigilada».Calvo-Sotelo justificaba así su decisión de atarle las manos al juez togado instructor, el generalGarcía Escudero, para que no ampliase sus investigaciones y fuese comedido en el señalamiento deacusados: «Si se hubiera perseguido sañudamente la llamada trama civil y militar, por gradacionesinsensibles, se habría llegado muy lejos. Sí, habrían aparecido hasta Felipe González y el PSOE enLleida, en Madrid... Un día le dije a Felipe: “Yo no sé a ti, pero a Múgica desde luego le cita el juezmilitar, porque en el golpe blando, en el golpe constitucional, estabais muchos. Yo no lo sé, peroestabais muchos, y con este plural me refiero a una parte del PSOE...” Pues bien, si yo pincho con uncompás en el centro de la trama y llego hasta Múgica y doy la vuelta, ¿a cuántos españoles metemos?Dos mil, ¿no?» [20]Un argumento similar al del ministro Oliart: «Según mis cálculos, la lista de imputados hubierapodido ascender a más de tres mil o cuatro mil.» [21]Uno de aquellos días, el historiador Raymond Carr —que siempre planeaba por Madrid al olor dealguna presa importante— le preguntó al ministro Oliart:—Alberto, habiendo tanto golpista potencial y tantos militares contrarios a la Constitución, ¿porqué no depuras a fondo el Ejército?—Porque si depuro por ideologías... me quedo con veinte —le respondió el ministro con ciertacalma fatalista. [22]La raya estaba trazada con premeditación. El Rey, ya lo dijo, no quería ni caza de brujas, nimacrojuicio.En un receso del consejo de guerra, a media mañana de un día de abril, una periodista le comentóal fiscal togado Claver Torrente:—Su estrategia de acusador es evidente: para usted, la mampara de cristal antibalas es la rayalímite donde acaban los implicados. Y que nadie se empeñe en señalar más responsables, ni haciaabajo ni hacia arriba, porque el fiscal no entra en ese juego... ¿En serio cree usted que sólo

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