13.07.2015 Views

LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

SHOW MORE
SHOW LESS
  • No tags were found...

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

CAPÍTULO 2El Rey, jefe y rehén del EjércitoCónclave laico para elegir a un presidentePalacio de las Cortes. La tarde anterior, 1 de julio de 1976, el Consejo del Reino aceptó ladimisión del presidente Arias. En el mismo acto, Torcuato Fernández-Miranda convocó a losconsejeros para el día siguiente. Y allí estaban. Quince —debían ser dieciséis, pero pocos días antesse había producido una baja—, más él en la presidencia, sentados alrededor de la gran mesa oval enla sala Mariana Pineda. Las dobles puertas, cerradas por dentro con llave. Lo más parecido a uncónclave laico del que debía salir una terna de candidatos, entre los cuales el Rey designaría alnuevo presidente del Gobierno. [1]No se podía perder ni un minuto. Arias no había dimitido por su gusto. Él mismo, en su dietario,escribió al pie de la fecha una palabra sin cáscaras: «Cese.» Sin embargo, no era todavía un cadáverpolítico. Tenía partidarios influyentes que podían muñir un sinfín de escaramuzas en favor suyo o desus epígonos para retener el poder. El Gobierno seguía en funciones, con los ministros enfrentados ensus mutuas rivalidades, y peligrosamente presidido por el teniente general De Santiago, que acababade demostrar una pugnaz inclinación a la injerencia política. No cabía dar al Ejército ni una brizna deargumentos que le permitieran esgrimir el «vacío de poder».En cuanto al Rey, más que nunca debía mantenerse al margen de lo que en aquella sala se debatiera,y alejado del teléfono y de las visitas que pudieran presionarle. Por suerte, el general Armada,vehículo muy activo de ciertas presiones, estaba en Galicia preparando un próximo viaje oficial delos Reyes.Era la hora del Consejo del Reino. Y era la hora crucial de Torcuato. Él había sido elevado a lapresidencia desde el instante cero más uno del reinado de Juan Carlos para que, llegado el momento,esa institución fabricase una terna que incluyera al «hombre del Rey», sin que ninguno de loselectores sospechase cuál de los tres propuestos era el candidato. Pero aquel Consejo no era unmecanismo de precisión, ni siquiera era predecible. Torcuato recorrió uno a uno los rostros quecircunvalaban la mesa. Durante siete meses se había empeñado en conocer sus resortes ideológicos,sus intereses personales, sus reacciones psicológicas, sus filias, sus fobias, sus adscripciones afamilias políticas...Aquella tarde del viernes 2 volvía a mirarlos mientras escuchaba sus intervenciones. Cada uno ibapergeñando a su aire el perfil ideal —ellos decían «retrato robot», que entonces era una expresiónmás en boga— del presidente necesario para la situación. Repetían tópicos: «Autoridad, experiencia,prudencia, inteligencia, bien visto por el Ejército, aceptado por la banca, anticomunista, fiel al 18 dejulio, patriota...» No faltó alguna pedantería profesoral: «Con prudencia y sindéresis.» Alguien dijo«joven, con capacidad física y buena salud», y Torcuato garabateó algo en su bloc. Otro añadió:«Dialogante, abierto, integrador», y Torcuato volvió a tomar nota. Eran las primeras puertas que seabrían a la figura de Adolfo Suárez. Pronto hubo una tercera: «Una persona que sepa gobernar, sí,pero apta para conectar con las tendencias del momento y ganar las elecciones.» Lo dijo MiguelPrimo de Rivera, uno de los consejeros más jóvenes y de los pocos que respiraban a favor del

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!