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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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decisión de Don Juan Carlos de celebrar en Barcelona el Consejo de Ministros del viernes:—Pero ¿este chico qué piensa...? ¿Cree que puede hacernos viajar de un lado para otro, como sifuéramos un circo? Yo entiendo que es joven, que es un niñato, pero... ¿no se da cuenta de que elGobierno es una cosa muy seria? No se puede ir teniendo Consejos de Ministros un día aquí y otrodía allá... Porque ahora es en Barcelona, pero también quiere otro en Sevilla...Palabras malhumoradas que se quedaron flotando en el fumoir sin respuesta ni réplica de nadie,aunque con azoramiento de todos. [47] Reflejaban su falta de respeto y de sintonía con el Rey. Másadelante, con los ecos en prensa de la acogida de Cataluña al Rey, empezarían los celos. Y seacentuarían con las valoraciones en el balance final, cuando todos los periódicos catalanes —desdelos más conservadores como La Vanguardia o El Noticiero Universal, hasta los más críticos ymenos obsequiosos, como El Correo Catalán, Diario de Barcelona y Mundo Diario— veían en elRey a «un actor político más activo que su propio Gobierno», y comparaban la actitud de «escuchacercana, atenta y comprensiva de Don Juan Carlos hacia lo que pide este pueblo» y «su ánimoabierto, acogedor y liberal» con «la ambigüedad de un Gobierno que no alcanza a definir una políticade reforma que conduzca a la democracia», y subrayaban la incógnita sobre «un Gobierno que siguecon sus pasos demasiado cortos y demasiado lentos». [48]El segundo día de estancia de los Reyes hubo un suceso difícil: la Policía Municipal y losBomberos de Barcelona se declararon en huelga y se encerraron en el ayuntamiento. Erannacionalistas y querían hacerse notar para exponer sus reivindicaciones políticas. Sánchez-Teráninformó a Fraga, que había regresado ya a Madrid y dio orden de que se les militarizara:—Hay que ser duro. Esos tíos tienen que enterarse de quién manda aquí. Bueno, Salvador, tendré elteléfono al alcance de la mano, pero lo dejo en vuestras manos.Se transmitió a los encerrados la orden de que desalojaran. No quisieron.—Se les va a permitir que salgan por las buenas y se vayan a sus puestos o a sus casas los que noestén de servicio. Y si no salen voluntariamente, echaremos botes de humo.—Pues, ¿a qué esperáis? ¡Humo! ¡O freídnos a tiros!Querían provocar enfrentamientos y tiros, sabiendo que estaba el Rey en la ciudad.Salieron ya de madrugada, después de una larga noche de negociación, de llamadas telefónicas y detensión.A la mañana siguiente, el Rey, con expresión seria y pasando del tuteo del día anterior al usted:—Gobernador, ¿era necesario militarizarlos?—¿Necesario...? No, necesario no era; pero nos facilitó el desalojo sin recurrir al uso de lasarmas.—¿Quién dio la orden?—Yo, Majestad. Asumí y transmití la orden que me dio Fraga, mi ministro.Sánchez-Terán había expuesto sus reservas a que el Rey visitara Cornellà y la zona obrera del BajoLlobregat. Estaban muy recientes la huelga general y las tensiones laborales, con durosenfrentamientos entre los trabajadores y la Guardia Civil. Pero el Rey aceptó sin dudarlo: «Es ahíadonde tengo que ir. No he venido a hacer turismo.»Y se organizó una sesión de todos los alcaldes de la comarca con el Rey, en el ayuntamiento deCornellà, para tratar de sus problemas. Llegado el día, los alcaldes se presentaron allí y uno a uno

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