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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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partido. La respuesta obtenida venía a decir que Jaime era un hombre muy bien valorado, abierto, noalineado en ningún sector, sin camarillas, abierto, sin malquerencias. Y dos trazos interesantes: en elpartido, «lo mismo va con unos que con otros»; en el Gobierno, «no es de plastilina: ha sido capaz dedimitirle a su ministro un par de veces, y Abril tuvo que darle razón».Esa aceptación se vio sorprendentemente reflejada en el II Congreso de Palma, cuando serealizaron las votaciones con listas abiertas. De los 1.290 compromisarios presentes, el más votadofue Adolfo Suárez: 1.281 votos. Y a continuación, Jaime Lamo de Espinosa con 1.245 votos, sinhaber movido un dedo, porque no se presentaba a nada. Y aunque las comparaciones son odiosas,sirven como tabla de proporción. En esas mismas listas abiertas, Paco Ordóñez, lídersocialdemócrata, dos veces ministrísimo, de Hacienda y de Justicia, barón y cabeza de un potentenúcleo contestatario, apenas obtuvo cuarenta y dos votos.Un día, sin que hubiera transcurrido mucho tiempo, alguien del entorno del Rey le dijo a JaimeLamo: «Tú estuviste en el bombo para ser presidente del Gobierno, pero chisssssst...»Pérez-Llorca hubiese sido otra opción liberal muy interesante. Iba de nadador solitario, rehuyendoque aquello recayera sobre él. Y recuerda esa tentativa del Rey:Después de las reuniones de los sanedritas y antes del Congreso de Palma y de las consultasregias, en el entretiempo, cuando ya en UCD se había votado a favor de Leopoldo, aunque sin ningúnentusiasmo, se ve que al Rey no le hacía demasiada gracia que el «sucesor solución» fuese Leopoldo.Monárquico, sí, pero de los de Estoril. Culto, elegante, experto en temas económicos einternacionales, pero estirado, engreído, protocolario, riguroso y nada simpático. El día 1 o el 2 defebrero, el Rey me llama por teléfono:—José Pedro, ¿puedes venirte por aquí? Quiero que hablemos de este asunto del nuevo presidente.—Señor, eso ya lo tenemos decidido dentro del partido.—Bueno, pero todavía no hay una decisión oficial, falta lo que disponga vuestro Congreso y faltanlas consultas de líderes aquí en Zarzuela; y yo querría verlo despacio contigo.—No sé, Señor, pero yo creo que... es mejor que eso no lo movamos. Está decidido ya dentro delpartido y no ha sido nada sencillo. Si voy, si subo a Zarzuela, se va a saber y pensarán que estoyenredando.Para mis adentros me dije: «Eso, en el mejor de los casos; porque lo más comprometedor será quepiensen y digan que quien enreda es el Rey.» No fue un trago fácil decirle al Rey que no subía averle. Y desde luego, lo que percibí muy claro fue que el Rey no quería a Leopoldo de presidente delGobierno. [51]Suárez y un discurso en el que el Rey es nadieEl Rey le había encarecido a Suárez que esperase y no comunicara todavía la dimisión. Se enfadócuando supo que, antes que a él, se lo había dicho a sus barones, lo cual era como darle tres cuartosal pregonero. También le había molestado que buscase en Sabino un testigo, un notario fehaciente deque iba a dimitir por su propia voluntad.Como desde que Suárez le anunció al monarca su intención de dimitir, pasaron varios días, el Reyempezó a inquietarse por si Adolfo hubiese pensado otra cosa. Por su parte, también él seretranqueaba en su promesa de darle título nobiliario. En realidad, el Rey quería aceptar la dimisiónsin vuelta de hoja, pero que no se supiera «hasta que yo diga».Hubo en esos días otro signo externo que evidenciaba también el deseo regio de demorar la

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