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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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sospechas... No se fía de nadie, ¡ni de mí! En el Consejo de Sevilla, al terminar de hablar tú, me pasóuna nota en la que ponía «Areilza cree que cuenta con la confianza de Vuestra Majestad». O sea, queestá celoso de sus ministros, y tratando de dividir mi conciencia... ¿Tú no has hablado de esto conTorcuato? ¡Pues háblalo!Cuando aquella noche Areilza redactaba su visita al Rey y esa invitación final a hablar conTorcuato, anotó su perplejidad:¡Qué extraño es todo! O el Rey está preparando una gran jugada borbónica para cambiar elGobierno a su aire, o se siente seguro en el búnker con sus militares y sus ultras. ¿Será posible?¿Querrá suicidarse la Monarquía a tan corto plazo? [69]Más bien, el monarca estaba haciendo pruebas y sondeos entre los posibles sucesores. Areilzarecogió al vuelo el sugerente «pues háblalo» y, desde Roma, donde estaba en viaje oficial, concertóun encuentro a toda prisa con el presidente de las Cortes: «Torcuato, yo regreso a Madrid mañana,15. Estoy citado con Su Majestad por la tarde, y creo que debería verte antes, si no te importa,aunque sea Jueves Santo.» Torcuato le recibió a las doce de la mañana en su casa de la calle GeneralOráa.Areilza inició con un preámbulo diplomático, espigando algunas impresiones de su entrevista conPablo VI, «que se queja de ofensas muy dolorosas por parte de los gobiernos de Franco», delambiente curial vaticanista, de que «curiosamente, en Roma no quieren Estados confesionales»...Enseguida entraron en materia. Areilza aceptó un Martini seco y Torcuato, un zumo de naranja.—El Gobierno da la impresión de que se mantiene —empezó Areilza—. Quizá podría durar asíalgún tiempo; pero flota, flota a la deriva, sin dirección. No hay un criterio definido. Ni es unGobierno del Rey ni es un Gobierno de Arias... Es un Gobierno sin unidad, dividido...—Desde mi percepción —dijo Fernández-Miranda—, de cara a la gente, está dando una imagenconfusa, incoherente. Y hacia dentro, no está colaborando con los demás órganos institucionales.De las generalidades pasaron a llamar a las cosas por su nombre.—Carlos Arias no puede seguir —disparó Torcuato—. Metería a la Monarquía en un callejón sinotra salida que un Gobierno militar, con Fraga o sin Fraga.Torcuato sagazmente llevaba el juego al terreno de Areilza, para observar su reacción.—Habría que echarle valor y enfrentarse a la situación —Areilza respondió como en una nebulosa.—«Habría que», no: ¡hay que! El Rey tiene que asumir la responsabilidad de hacer ese cambio.—¿Puede hacerlo...? ¿Le daría su plácet el Consejo del Reino?—Puede hacerlo en cualquier momento. Y si el Consejo del Reino se negara, hay otros caminospara legalizar su situación. Todos los mensajes de ánimo que le hagamos llegar al Rey pueden sermuy eficaces. Pero el actor ha de ser él.—¿Y... el Rey tiene ya en cartera algún sucesor? —Areilza simulaba indiferencia—. ¿O lo deja alalbur de la terna que le confeccionen?—Hay buena despensa de posibles presidentes. Y, justo tú, sabes que... —Torcuato, con intención,dejó la frase en el aire—. Pero el planteamiento de buscar primero al sucesor y provocar después lacrisis me parece equivocado. El primer paso ha de ser producir la vacante. Despedir a Arias.Inmediatamente se pondrá en marcha el mecanismo del Consejo del Reino. Como hay diez días deplazo, en ese tiempo se producirán reacciones, cambios de impresiones entre los consejeros, ysurgirán varias candidaturas para ofrecérselas al Rey. Hombre, claro, sin obligarle con una ternacerrada.Areilza quería averiguar si Torcuato se postulaba también como candidato:—Carlos Arias cree que estás jugándole por debajo para provocar su caída y ocupar su puesto. Lo

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