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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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a Ángel López Montero, abogado defensor de Tejero, «la libertad inmediata, hoy mismo, yabsolución en sentencia de los ocho tenientes y los ocho capitanes de la Guardia Civil imputados, acambio de que no declare el diputado socialista Enrique Múgica». Los oficiales, uno por uno lefueron diciendo al enviado «no hay trato», «no hay trato», «no hay trato»...En todo caso, tal como se deseaba, la declaración testifical de Múgica fue un viaje a ninguna parte.Un sketch de teatro del absurdo: el presidente del tribunal asumió el papel de defensor del testigo —figura que no se contempla en los procesos judiciales— rechazando toda pregunta de bisel peligroso.Y con ese paripé se dio por cumplida la excursión a la trama civil.El ministro de la Defensa Oliart llegó a pedir al decano de la abogacía, Antonio Pedrol Rius, queretirase las licencias colegiales a los abogados defensores civiles que, con sus preguntas,reiteradamente intentaban involucrar al Rey.En aquellos juicios se daba la paradoja de que eran los acusados, y no los jueces ni el fiscal,quienes querían indagar y llegar hasta el fondo, o hasta la cumbre. Unos con intención de esparcir lasculpas y agrandar el parqué de los responsables; y otros —casi todos, treinta y uno de los treinta ytres—, con el legítimo deseo de saber si alguien usó el nombre del Rey en vano y ellos habían sidovíctimas de un engaño.El Leitmotiv de las cuarenta y ocho sesiones de la vista fue la invocación al Rey. Y no sólo por elafán encizañador de los abogados defensores; sino porque el patrocinio regio había sido la «razón degarantía» que puso en marcha la Operación Armada «por pasos contados»; la «razón» que convencióa una orla de dirigentes políticos y empresarios a embarcarse en un «Gobierno no emanado de lasurnas»; la «razón» que ganó a Milans para controlar los preparativos golpistas del 2 de mayo; la«razón» para congelar los planes de Tejero; la «razón» para que el CESID fabricara un «detonantede gran efecto», el supuesto anticonstitucional máximo provocador de un vacío de poder... Elpatrocinio regio, o su aceptación a ojos cerrados, había sido lo que los impulsó a todos. Por muchoque ahora discrepasen entre sí, por muy enemistados y sin hablarse que estuvieran, todos losencausados eran unánimes al afirmar que, en conciencia, actuaron creyendo que obedecían al Rey.Y para ninguno de ellos era igual haber sido utilizado con fraude por Armada y por Cortina quehaber sido abandonado en el último momento por el Rey. De ahí que la apelación al «impulsosoberano» fuese un sonido de fondo continuo en los juicios.Un tajante mentís del monarca, leído en la sala de juicios, hubiese despejado de cara a la historiael trasfondo brumoso de una sospecha. Pero no lo hizo. Y el precio sería la sombra de una dudapermanente.Su mensaje televisivo, a horcajadas del 23 y 24 de febrero, mientras Armada intentaba convencer aTejero, afirmaba la apuesta de la Corona por la democracia y la Constitución, pero no interfería enuna sola sílaba sobre la solución Armada. Servía tanto si Armada conseguía postularse ante losdiputados como si fracasaba en su gestión. Ese mensaje sólo condenaba el golpe de Tejero, el asaltoal Parlamento.La insistencia de los letrados defensores en que el Rey prestase declaración, no en la sala, pero sírecibiendo al instructor y al secretario judicial en La Zarzuela, o respondiendo a unas cuestiones porescrito, hizo que Sabino se ofreciera a declarar él, por escrito, en lugar de Su Majestad. Y lo hizo.Pero...Al final, quien hubiera podido leer los catorce mil folios rectos y vueltos de la instrucción militar,al cotejarlos con las actas del consejo de guerra y con el texto de la sentencia, sacaría la impresiónde que el gran protagonista del contragolpe, el Rey, había desaparecido, era el gran ausente. Como sialguien hubiera pasado una goma de borrar por cada lugar donde figuraba su nombre, sustituyéndolo

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