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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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PSOE al Gobierno, lesionaba seriamente la exigible imparcialidad de la Corona y su no injerencia enlos tejemanejes políticos que afectasen a combinaciones de Gobierno o al juego de los partidos. Portanto, de ser cierta habría sido grave. Y de no ser cierta, por su importancia institucional yconstitucional, hubiese merecido un tajante e inmediato mentís desde La Zarzuela. Pero el hecho esque no se produjo.Otro elemento chocante en la información recogida por el Frankfurter Allgemeine era la inclusióndel parecer de Don Juan de Borbón y sus gestiones con el presidente del Gobierno para discutirsobre esa coalición. En el ámbito familiar, en la privacidad doméstica, Don Juan podía ser «uno delos más influyentes consejeros del Rey», pero nunca en público, nunca trascendiendo a la prensa,incluso extranjera, y menos sobre asuntos tan medulares en una democracia como quién debe o nodebe gobernar, cuestión sobre la que sólo cabe pronunciarse introduciendo el voto secreto en la urna.Don Juan pudo votar. El Rey, ni eso.Ya un par de años antes, Felipe González quiso tener un encuentro privado y discreto con DonJuan. Luis María Anson —entonces director de EFE— organizó un almuerzo en casa del periodistaAlfonso Sobrado Palomares, socialista y amigo personal de Felipe González.«Felipe quería saber —explicó Anson tiempo después— qué actitud adoptaría la Monarquía si elPartido Socialista ganaba las elecciones. Estábamos en vísperas de las primeras eleccionesgenerales, las del 15-J de 1977. Don Juan le dejó bien claro que en España la Monarquía no seconsolidaría sin un período largo de Gobierno socialista y con un buen entendimiento entre el PSOEy la Corona.» [61]Con todo, a partir de «los círculos que rodean al rey Juan Carlos I», y que informaron alFrankfurter Allgemeine Zeitung, tres datos quedaban a la vista: un interés en debilitar a Suárez,pretendiendo desposeerle de Abril, su hombre de máxima ayuda y confianza; un deseo de facilitarque el PSOE llegara al poder con el arropo de ir en tándem, quizá por no inquietar a los financierosni a los militares; y el intento de neutralizar los pactos municipales, que habían entregado el poder ala izquierda en la mayoría de los ayuntamientos, fabricando otros pactos, pero de envergaduranacional.A quien no sorprendió el contenido del rotativo alemán, cuando se lo pasaron traducido, fue aSuárez. Conocía en primera persona esas «presiones» y esas «invitaciones a la coalición». Sabíacómo se respiraba en La Zarzuela y ya les había dicho al Rey, a Don Juan y a Felipe González que élestaba en su legítimo turno como presidente del primer Gobierno constitucional, y pensaba ejercerlosin que le llevasen de la mano. Precisamente había prescindido de dos ministros considerados pesospesados, Pío Cabanillas y Francisco Fernández Ordóñez, porque quería un equipo cohesionado yeficaz en el que se trabajara mucho y se enredase poco. El hombre fuerte era Abril Martorell y elresto del gabinete podría llamarse «un Gobierno de subsecretarios»: profesionales inteligentes contanta experiencia de la Administración como escaso afán de lucimiento personal.No obstante, una cosa era saber cómo respiraban el Rey y su padre, y otra cosa era verlodescaradamente reproducido en un tabloide extranjero. Probablemente, el redactor no necesitósiquiera acercarse a La Zarzuela: su fuente pudo ser —una vez más— cualquier diplomático de laembajada de Alemania en Madrid, o el propio embajador Lothar Lahn, después de una larga yenjundiosa conversación con Don Juan Carlos. El consabido juego de la indiscreción calculada: «Nopuedo pedirle reserva, porque sé que esta misma noche enviará usted a su ministro en Bonn elmemorando de lo que hemos hablado.»Esa doblez del Rey dejaba muesca, y muesca dolorosa, en el alma de Suárez. Fue sin duda lo quedetectaron quienes cenaron con él pocos días después, el 24 de junio de 1979, en casa del banquero

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