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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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Se cambió de ropa a toda prisa. Y cuando llegó Suárez, el oficial Muñoz Grandes le acompañó aldespacho del Rey. Sin cruzar palabra, el Rey y Suárez fueron juntos a la saleta donde esperaban losmilitares. El Rey mismo abrió la puerta. Sin soltar la manija, dejó que Suárez pasase y, cuando ya levio frente a los generales, dijo:—He hecho venir al presidente, para que le cuenten a él todo lo que estaban diciéndome a mí.Como ustedes saben, «el Rey reina, pero no gobierna».Seguía con el picaporte en la mano. Cerró la puerta, los dejó solos, y él se quedó fuera.Nada más salir el Rey, arreció el chaparrón crítico de los generales. Sin duda, pretendían hacer unremake del golpe «a la turca» del general Kenan Evren.—Hemos tocado el listón: unos de la indignidad, otros de la paciencia y otros de la ineficacia.Señor Suárez —en ningún momento le dieron el tratamiento presidencial—, ha llegado el momentode que demuestre usted, no a nosotros, sino a todos los españoles, su talla patriótica dando paso a unGobierno nuevo, distinto, con la capacidad de maniobra política que precise para tomar medidasenérgicas y reencauzar todo lo que a ustedes se les ha ido de las manos, desde la economía hasta laseguridad ciudadana.Suárez no se había sentado. También los generales permanecían de pie.—Señores generales —respondió con voz opaca y fría—, estamos en La Zarzuela, sede de lajefatura del Estado. Creo que se han equivocado de lugar. La presidencia del Gobierno tiene su sedeen La Moncloa. Si ustedes quieren despachar algo conmigo, pidan audiencia allí, se les dará día yhora de cita, y yo los atenderé. Por supuesto, uno a uno, no en grupo ni en corporación.En ese momento, Milans se encaró con Suárez:—¡Por el bien de España, debe usted dimitir ya, cuanto antes!—¿Puede darme alguna razón? —le preguntó Suárez.Entonces, Pedro Merry Gordon sacó del bolsillo de su guerrera una pistola Star 9 mm, la pusosobre la palma de su mano izquierda y mostrándola dijo:—¿Le parece a usted bien esta razón?—Eso no es una razón. Eso es una amenaza.Regresó el Rey y Suárez se dirigió a él:—Señor, si no me necesita para algo más, me retiraría porque tengo asuntos pendientes de trabajoen mi despacho.—Voy contigo un momento.Ya en el rellano hacia el arranque de la escalinata, el Rey se detuvo:—¡Te das cuenta de hasta dónde me estás haciendo llegar!—Si a mí se me hubiesen presentado en La Moncloa así, en bloque, con armas, y sin haber sidollamados, esta misma noche quedaban destituidos.—Adolfo, esto se está poniendo al rojo vivo. No te empecines. Si no quieres que nos den un golpemilitar, la solución pasa por un cambio de Gobierno.—No son ellos quienes tienen que disponerlo. ¡No son ellos! ¡Ni poniéndome delante una pistola!Creo que lo dije aquí mismo, tan lejos como ayer: a mí no me echan ni cinco ni cincuenta generales...Al bajar las escalerillas del zaguán de palacio, vio que la noche se había echado encima. Por entrelas ramas de los cedros de enfrente ululaba el viento. Se dejó caer en el asiento trasero del coche,cerró los ojos y sintió un cansancio de plomo. [13]¿Dimitir para evitar un golpe disfrazado de legalidad?

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