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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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socialistas darán guerra. Cuando oigan la contraseña “ha llegado el elefante”, aceptarán lo que se lesproponga».Poco antes, Cortina le había dicho también a Tejero que «el mando de la operación es bicéfalo,pero la cabeza del águila de Armada es mayor, más gorda que la de Milans».Al asegurar a Tejero que la mención del elefante, o de la llegada del elefante bastaría para quetodos los diputados comprometidos dieran su aprobación a la propuesta, Cortina le estaba indicandoque, sólo con oír ese nombre, entenderían que se trataba de alguien cuya autoridad, fuera dediscusión, era por sí misma el aval de crédito, la garantía de la seriedad de la propuesta. Para norevelarle a Tejero el secreto más valioso de la operación, Cortina aludió con ese símbolo a lapersona que todos considerarían facultado para dar un resello estatal y una validez constitucional a loque allí se les proponía. [54]El juez instructor de la causa 2/81, José María García Escudero, escribía trece años después algorealmente sorprendente: «Adolfo Suárez declaró que sólo dos personas conocían la identidad delelefante blanco. Y una era él. Aunque diez abogados defensores, de los acusados del 23-F, lerequirieron para que diese el nombre de la otra persona, con él se ha quedado.» No, más que«quedarse con el nombre», Suárez lo estaba señalando como algo obvio: la otra persona que sabíaquién era el elefante, porque habían acordado que acudiría a darle el espaldarazo oficial, sólo podíaser Armada, el general candidato. Y eso lo dijo Suárez declarando como testigo, por tanto, bajojuramento. [55]Desde que Tejero sacó a relucir al misterioso paquidermo —por cierto, el jefe de los sublevadosnunca habló del color del elefante, sino de que llegaría o habría llegado—, no hubo español que notejiera su hipótesis, su especulación o su adivinanza. Sabino Fernández Campo hizo también suconjetura sobre esa pieza intrigante, y quizá necesaria para que el dispositivo funcionase.Como el Rey no iba a evacuar esas consultas por teléfono, por mucho que hubiera una línea apunto, me inclino a pensar que el plan incluía que el Rey se personase en el Parlamento para reunirsecon los líderes y ponerlos de acuerdo en torno a la candidatura de Armada; luego —una vez retiradala coacción de las armas—, y después de que el presidente del Congreso, Landelino Lavilla,notificase el nombre del designado, que el propio Rey desde la tribuna se dirigiera a la Cámara,«dado lo excepcional de la situación».Con lo cual, se habría presentado ante los diputados y ante la nación como «el jefe supremo de losEjércitos», «el vencedor del golpe», «el restaurador de la democracia», «el Rey que tenía lasolución»... Unas aureolas que Adolfo Suárez se había empeñado en arrebatarle.En definitiva, si tenía que llegar alguien por encima de la autoridad, militar, «por supuesto», queera Armada; si de verdad se esperaba como colofón a un elefante blanco, ese hombre, en mi opinión,sólo podría ser el Rey [56]La hora baja del ReyReflexionando años más tarde sobre lo visto y vivido en todas aquellas horas a la vera del Rey,Sabino Fernández Campo, que aun no siendo todavía jefe de la Casa de Su Majestad sí era la manoderecha del monarca, recordaba que desde el primer instante «el Rey estaba aturdido y confuso porla situación que se había creado en el Congreso».El Rey esperaba algo —seguía rememorando Sabino—. Y por supuesto, esperaba a Armada;quería que Armada estuviese a su lado, en lo que hubiera de suceder. Sé que tuve que imponerme

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