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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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con Calvo-Sotelo y le insté a que defendiese al Rey de un modo más enérgico, y desmintiera públicay oficialmente las acusaciones que a diario se propalaban sobre si el Rey había estado detrás delgolpe, si tardó en salir el mensaje de televisión porque dudaba de qué decisión tomar, si se grabaronuno o dos mensajes, si había una Operación Armada conectada con el Rey, etc.—Hay que atajar de una vez todos esos rumores, porque en estos momentos el único personajecapaz de unir a todos los demócratas de este país es el Rey. Es el mástil que sostiene la carpa común.Y vosotros, como Gobierno, no estáis haciendo nada. El Rey es el Rey, está donde está, y no puedebajar a la arena de la confrontación a defenderse. Él tiene que oír y callar. Necesita protección. Ydebes dársela tú, que eres el presidente del Gobierno... ¡Parece mentira, pero los socialistas y loscomunistas están saliendo en su defensa más y mejor que vosotros!A Leopoldo le pareció irrespetuosa mi protesta, mi demanda. Quizá se lo dije con sequedad. Lotomó como una intromisión indebida y me contestó con altivez:—Te recuerdo, general, que soy oficial de las Milicias Universitarias y sé muy bien lo que tengoque hacer en el área militar. Tú no eres quién para darme consejos o indicaciones, y menos paraplantearme quejas. ¿O debo recordarte que, como presidente del Gobierno, la cadena de mando delas Fuerzas Armadas termina en mí?Fue un encontronazo breve, pero tan duro que, después de tragarme el rapapolvo, le volví a llamary le pedí disculpas. [28]Suárez planta cara a la sentencia militarEl 3 de junio de 1982 se conoció la sentencia del consejo de guerra. Adolfo Suárez rompió susilencio y reaccionó inmediatamente con un artículo a toda plana en cuyo título, «Yo disiento», [29]había ya una carga de protesta que evocaba el «Yo acuso» de Émile Zola.En un ambiente de disimulos timoratos, miedo reverencial al sable, recomendaciones de prudencia,autocensuras en la prensa, Gobierno encogido y sensación incómoda de incertidumbre y de«democracia vigilada», la réplica espontánea de Suárez al tribunal militar fue como una bocanada deaire libre.Al margen de sus discrepancias con una sentencia que «produce desasosiego», aquel artículovolvía a hacer sonar su voz templada y valiente. Apuntaba más al fuero que al huevo, no se detenía ensi eran pocos o muchos los años de condena, iba al fondo erróneo del veredicto, señalaba el criterioequivocado e injusto de los juzgadores al concentrar el rigor en unos pocos sin castigaradecuadamente a todos los culpables. Lo supiera o no, estaba clavando el estilete en el consejo queel Rey dio a Calvo-Sotelo y a Oliart, y éstos a los jueces militares: «Acotar, concentrar, tocar a losmenos posibles.»Recuperaba Suárez su mensaje estimulante de repudio al miedo: «Sólo hay que tener miedo almiedo mismo.» Y a partir de ahí, un silogismo diáfano: si sólo son sancionados los jefes de unarebelión, y quedan impunes los que también con armas y modos violentos los secundaron actuandofuera de la ley, los derechos del pueblo quedan desprotegidos. Cuando es demasiado «barato»participar en un golpe de Estado, porque se tiene la seguridad de que sólo castigarán a lospromotores, entonces el propio Estado queda indefenso y a merced del miedo. «El miedo no puededeterminar la política española [...]. No hay libertad bajo el miedo, no hay derechos ciudadanos bajoel miedo, no se puede gobernar bajo el miedo [...]. El miedo traería consigo la involución política.»Y ahí alanceaba al estamento militar, sin nombrarlo, pero dando en la diana: «Los que son sólo

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