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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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se estaba pergeñando el invento, le preguntó a López Rodó: «Pero ¿qué haces tú en esa explosivamezcla?» Y, sin disimular su pesimismo sobre el futuro panorama de enfrentamientos, le advirtió:«Yo, si las cosas se ponen mal, me voy, eh.» Frase que no habría dicho si la hubiera pensado dosveces. [80]Recibió también a Fernández de la Mora, otro de «los magníficos» y le afeó que «sólo por ir a lacontra del Gobierno» se hubiera asociado «al pelmazo de Silva Muñoz» y a Fraga, «a quien los añosde embajador en Londres no le han quitado el pelo de la dehesa». Dos desahogos imprudentes que lamemoria esponja de Fernández de la Mora volcaría años más tarde en su ácido libro de memoriasRío arriba. [81]Pero todavía le aguardaban más sorpresas al Rey: en vísperas electorales, un respingo al enterarsede que «los magníficos» habían fichado como figura estelar para el Senado por Madrid a CarlosArias Navarro, que seguía compareciendo lloroso y catastrofista de telonero en los mítines. Y con talcartel y el engrase financiero del Banesto y del Santander, se postulaban como «la gran coalición decentro».Martín Villa: «Menos acostarnos con ellos, lo hicimos todo»Del 16 al 18 de noviembre, la reforma fue debatida en las Cortes, un desfiladero angosto y convidrios de punta. Requería sumar el alto quórum de dos tercios, de una Ley Fundamental que, justopor tener ese rango, podría echarlas abajo todas.Torcuato Fernández-Miranda sacó de la panoplia de recursos un arma corta, el trámite de urgencia,que marcaba plazos muy breves para debatir el proyecto en la fase de ponencia. Y, una vez debatidoy enmendado el texto, impedía que esas enmiendas se votasen otra vez y por separado en el pleno.Había que votar el conjunto de la ley en bloque, a todo o nada. Era la ventaja y era el riesgo. Sequería evitar que, troceando el articulado y los matices de cada palabra, el resultado final fuese unadefesio demasiado diferente a la propuesta del Gobierno. Otro alfanje de Torcuato al aplicar elreglamento fue invitar a ausentarse del hemiciclo a quienes no quisieran votar, «porque lasabstenciones se computarán como votos contrarios a la ley». [82]Defendieron la ponencia Fernando Suárez, brillante y cartesiano, y Miguel Primo de Rivera, con undiscurso apasionado y persuasivo. Ex ministro franquista el primero y sobrino del fundador deFalange el segundo, eran dos voces que no podían inspirar desconfianza. Eran de casa. Y lidiaronbien.Pero los votos no se conquistaron desde la tribuna de oradores, sino entre bambalinas,conversaciones de pasillos, cenas tú a tú, toma y daca. No todo era argumentar y convencer. Ni todoera el heroísmo patriota de unos procuradores dispuestos al harakiri generoso por dar cabida a laotra España. Hubo un trabajo oscuro para vencer resistencias y ganar voluntades. «Menos acostarnoscon ellos, lo hicimos todo», reconocería Martín Villa. [83]El problema de diecisiete procuradores sindicalistas que se oponían a la reforma se solucionóporque alguien tuvo la feliz idea de enviarlos, con gastos pagados, a un congreso sobre SeguridadSocial, que se celebraba en Panamá. El lujoso crucero por el Caribe, a cargo de fondos reservados,tuvo lugar justo en los días que se votaba la reforma. Obviamente, aquellos diecisiete no pudieronasistir a la votación. [84]La chispa ocurrente debió de encenderse en la mente del ministro de Trabajo, Álvaro Rengifo, casi

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