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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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—Yo estoy dispuesto a comprometerme, si hay un pacto de colegiación y decisiones conjuntas degobierno, si hay reparto de poder. Pero si no se me da poder, que no se me pida responsabilidad.Al acabar aquella reunión, Suárez se acercó a Leopoldo Calvo-Sotelo, que andaba rezagado porallí, y casi sin voz le preguntó: «¿Por qué no nos querremos más?» Leopoldo le respondió algo enalemán que Suárez no entendió. Y rebajando la petulancia explicó: «No es mío, es del Fausto deGoethe.»El Rey quiere meter un topo en La MoncloaÉsa era su situación. Se veía como el auriga de un trineo sobre la nieve, perseguido por la jauría delobos hambrientos que aúllan a su espalda, cada vez más cerca. Siente ya en la nuca sus alientos, susjadeos, y toma una decisión desesperada, costosa: con su cuchillo corta de un tajo las bridas de unode los perros de tiro, el más veloz y el más lustroso. Se lo da de carnaza a los lobos por ganar tiempoen su fuga hacia delante.Por aquellos días, había sucedido algo entre Adolfo y Fernando, ¿un malentendido?, ¿unamaquinación descubierta? Lo cierto es que Suárez maduraba la decisión de dejar caer a su álter ego,su soporte, su brazo fuerte, el negociador duro, el «hombre del no», el de la carretilla cargada con eltrabajo que nadie quiere hacer, el de los papeles feos y los discursos tediosos norte-sur,improvisados sobre la marcha para que el jefe gane tiempo y se luzca. Su perro más lustroso y eficaz.Pero ¿se saciarían con eso los lobos?¿Qué había ocurrido? Según el relato de uno de los «fontaneros» monclovitas, Alberto Recarte,director del gabinete económico de Presidencia, pieza importante del Gobierno en la sombra deAdolfo Suárez, un buen día Fernando Abril le citó en su despacho de Castellana 3:—Alberto, aquí va a haber cambios. En el Gobierno. Tiene que haberlos si queremos sacar lacabeza a flote y que no nos la vuelen los de enfrente. Cambios con el motor a toda potencia, ysabiendo bien adónde queremos ir. Hay mucho que hacer. Me gustaría que fueses mi hombre en LaMoncloa. He revisado uno por uno los nombres de los... digamos ilustres «fontaneros». Y no. O noson capaces. O no tienen la cilindrada que vamos a necesitar. O van de niños bonitos. O,simplemente, no me gustan. Si te planteo esto es porque eres idóneo, y porque no te saco de dondeestás: sé que le han ofrecido un trabajo fuera.—Fernando, cuando dices «cambios», ¿te refieres al próximo Gobierno, que ya casi está en elhorno?—Cambios que de verdad cambien las cosas. A ver si me explico. Esto está que se pudre. Y elarreglo no es cambiar de políticos sino cambiar de política. Una nueva política. La que hace faltaaquí y ahora, con las cartas boca arriba. —Se levantó y empezó a caminar arriba y abajo por sudespacho, recolocándose las gafas que se le deslizaban por la nariz. Era su costumbre—. Sin tapujos:Adolfo es un hombre enormemente válido. Con todo lo bueno que diga de él no llegaré a decir lo querealmente es, pero... se ha gastado, es un arroyo que se ha quedado seco, ya no trae agua. Y tal comoestán las cosas, lo que Adolfo puede traer son problemas. Y no me refiero a problemas internosnuestros, del partido o del grupo parlamentario, sino a problemas gordos, de arriba... En resumidascuentas, veo esto como una operación salvavidas. El Gobierno ni está en venta, ni en almoneda; elGobierno hasta 1983 es de la UCD... Dentro de los cuadros del partido, la única persona que puedesustituir a Adolfo con un mínimo de coherencia y de continuidad, y mirando hacia las necesidades delpaís, soy yo. Y al decir esto sé la que me estoy echando encima. Ni gobiernos de coalición, ni

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