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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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Franco para que yo me instalara en España sine díe, con estatus de príncipe... a la espera. Ya meharté y le dije que como español y amigo viniese a verme cuando quisiera, pero como boca de gansodel General no le recibiría más. Luego dejó a Franco porque no le dio un alto cargo que él esperaba.Yo le hice jefe de mi secretariado político. Y antes incluso de disolver ese órgano, ya se puso apolitiquear con mi hijo, hasta que le nombró ministro. ¿Cuál será la próxima estación?» [143]Tampoco Torcuato le apadrinaba para el relevo de Arias: «Areilza tiene “su” proyecto, o “sus”proyectos alternativos, pero son “suyos”; y aquí lo que hace falta es un hombre sin proyecto, dúctil yobediente, que haga lo que yo diga.»El Rey, sin dudarlo, prefería a un presidente joven, de su generación. Hasta entonces, había vividorodeado de hombres que combatieron en la guerra civil o la padecieron: Vegas Latapie, Franco,Carrero, Castañón de Mena, Pemán, Sainz Rodríguez, Fernández-Miranda, López Rodó, Mondéjar,Armada, Fernández de la Mora, Silva Muñoz, Arias Navarro, Areilza..., más la pléyade decatedráticos que le instruyeron en disciplinas civiles, más los aristócratas que Don Juan le poníacerca cuando era un joven colegial en Miramar o un cadete en Zaragoza y en San Javier. Salvo loscompañeros de pupitre y los amigos de jaranas, su entorno fue siempre vetusto. Viviendo Franco,comentó en varias ocasiones: «Cuando yo reine, tendré cerca gente joven porque me tocará hacerlotodo de nuevas, “sin telarañas”, y la experiencia de mis mayores no me servirá de gran cosa.»Suárez: «Vamos escuchar la voz del pueblo, que la tiene»El mismo día que el Rey daba su do de pecho en el Capitolio de Washington, Adolfo Suárezencargaba a sus colaboradores del ministerio unos esquemas y unos esbozos para defender ante lasCortes la Ley del Derecho de Asociación Política, eufemismo con el que evitaban llamar partidos alos partidos. Se aplicaron a la tarea. Al día siguiente, Adolfo le pasó un texto a Carmen Díez deRivera:—No me gusta —dijo—, es flojo y contradictorio.Siguieron trabajando sobre el papel Eduardo Navarro, Manuel Ortiz, Rafael Anson y FernandoÓnega, que fue quien al final le dio pulso y ritmo a la prosa.Cuando Carmen lo leyó dijo: «¡Espléndido!» No le tocaba a Suárez sino a Fraga defender esa ley,pues se había elaborado en el Ministerio de Gobernación. Pero Arias apartó a Fraga. Empezaba aindigestársele su afán de protagonismo y candilejas.Adolfo Suárez subió a la tribuna, bebió un sorbo de agua, miró al hemiciclo, sonrió levemente.Nunca se había visto allí eso de sonreír. Todos los que subían a aquel púlpito civil iban serios,circunspectos, con cara de padres de la patria cargados de razón. Suárez estaba pálido. Se habíaaprendido sus cuartillas y, más que declamar, las dijo. Sin altisonancias, ni pretensión de lucimiento.No era tribuno de oratoria solemne. En un medio tono enjuto, casi opaco. Ni mitin ni arenga, en elhablar normal con que se dicen las cosas entre gente razonable. Y es que ése era el mensaje: lonormal, lo que ocurre, lo real, lo que pasa en la calle, lo que pensamos, lo que queremos... Elantidrama del hecho de ser libres.No entró en la discusión de si galgos o podencos —«llámense o no partidos, existen, estánpresentes, influyen, sería ceguera ignorarlos»—, disparó con audacia y por elevación hacia «el deberdel Estado» que, lejos de prohibirlos, «ha de ser neutral y garantizar su existencia». Otro sorbo deagua.Sometamos a debate público nuestras diferencias, en una política de puertas abiertas, para que

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