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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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Borbón Parma... Intentó verse con Felipe González, aún Isidoro; pero la respuesta del líder socialistafue bastante despectiva: «Yo sólo hablo con el poder.» Después, ponía al día al Príncipe sobre lasactitudes y las exigencias de esos personajes, sin que Juan Carlos se arriesgase o se comprometieseen conversaciones directas con ellos. También desde ahí, Suárez enviaba a Don Juan Carlos informespolíticos de lo que ocurría en presente y soluciones de futuro. Era una fuente de información queemitía desde la sala de calderas del régimen, y sin edulcorarle la realidad. [21]Por entonces, Adolfo alquiló una casa, La Chavea, en la Granja de San Ildefonso, y allí siguióviéndose con Juan Carlos, designado ya por Franco «sucesor a título de Rey».La tercera intervención del Príncipe a favor de Suárez podía parecer anodina, porque no tocabapoder, pero era interesante: Juan Carlos le encareció a Solís que pusiera a Suárez al frente de laUDPE, que entonces no era sino un gran fichero político, pero que podría convertirse en unaasociación de amplia base, orientada a sectores sociales muy heterogéneos entre los que podríanseleccionar a personas de cierto nivel cultural y buena ubicación social, gente de ideologíaaperturista y con inquietud por participar en los asuntos públicos. De cara al inmediato futuro, seríaun fuerte respaldo para la Transición. [22]Y ahora, este brindis al sol, tirando de su naipe, una simple sota entre dos ases, en la prodigiosaterna de Torcuato. «Lo que el Rey me ha pedido.» Eso... iba por él. Suárez respiró hondo. Se batiríael cobre.Cuando el SEAT 127 azul claro llegó a San Martín de Porres 53, por la radio y la televisión ya sesabía la noticia de que el nuevo presidente del Gobierno había sido recibido por el Rey. Un tropel defotógrafos y periodistas montaban guardia allí:—¿Se siente usted un presidente legítimo? —le espetó un corresponsal extranjero.—Soy presidente del Gobierno conforme a la legalidad vigente en mi país —respondió rápidoSuárez—, pero sé que la legitimidad sólo la otorgan las urnas.No era una repentización improvisada. Con esa respuesta, definía ya cuál iba a ser el horizonte desu actuación.Al día siguiente, los periódicos nacionales fueron benévolos ante la noticia sobre Suárez. Niagresivos ni entusiastas. Todos señalaban que, si teniendo Don Juan Carlos delante una terna detronío, había elegido «al joven falangista Suárez», no había que darle más vueltas: ése era el nombreque «el Rey había pedido». Y tanto titulares como editoriales se movían sobre tres apreciaciones:presidente «joven», «procedente del falangismo», «hombre del Rey».Las censuras y los dicterios descargarían días después, cuando se conociera el nuevo gabinete.Entonces, sí: «El primer Gobierno franquista de la Monarquía», «El primer Gobierno franquista delposfranquismo», «Decepción», «Un Gobierno de penenes», «El apagón», «No es hora de bromas nide piruetas», «Barrida toda una generación política», «Un Gobierno de verano», «¡Qué error, quéinmenso error!»... Esas erupciones viscerales eran tan irreflexivas que, antes de transcurrir un año,varios de sus autores serían ministros del presidente al que con esos y otros denuestos estabanrecibiendo: chusquero, flecha, chisgarabís, un tal Suárez, sin pedigrí. [23]«¿Un franquista para traer la democracia?»El domingo 4, el Rey apenas pudo separarse del teléfono.

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