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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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policial volvió a ocasionar enfrentamientos y daños personales: decenas de heridos y dos muertosmás, uno en Basauri (Bizkaia) y otro en Tarragona. [52] En Pamplona se convocó una huelga generalque duró varios días y a la que respondieron trescientos mil trabajadores. Al ser ilegales las huelgas,cada convocatoria provocaba la presencia «disuasoria» de la Policía. Y la espiral consiguiente:cargas represivas, enfrentamientos, violencia, víctimas.Fraga pacta con los generalesETA redobló sus ataques. Euskadi exigía la legalización de la ikurriña. Hubo un vuelco de jóvenesobreros que se afiliaron a ETA. Fraga «declaró la guerra» al terrorismo abertzale intensificando lapresencia policial por las calles del País Vasco, controles en las carreteras, entradas domiciliarias,registros y detenciones. Empezaron a resurgir los grupos ultras, violentos y armados. No pocos deellos, ex legionarios, ex policías y sicarios mafiosos contratados.A los cinco días de los hechos luctuosos de Vitoria, Fraga almorzó con los cuatro ministrosmilitares. Les expuso su memorial de reforma «razonable, templada, asumible». La reforma tendríaunos tiempos, unas reglas de juego y, por tanto, unos límites y unas exclusiones: separatistas fuera,terroristas fuera y comunistas fuera. Justo ésas eran las condiciones de los militares para avalarle,siempre que se les garantizase la unidad nacional y que el Rey estaría en la cúspide del Estado.En un abrir y cerrar de ojos, Fraga había pasado de dialogar con la oposición a pactar con losmilitares. Les pedía su respaldo para llegar a la presidencia. Las Fuerzas Armadas y las del ordenpúblico apoyarían su candidatura «en el inevitable relevo de Arias» al frente del Gobierno,garantizarían el nuevo orden constitucional que resultase y serían bastiones de lealtad a la Corona. Launidad nacional sería el dogma de los dogmas. Ése era el acuerdo no escrito, un «pacto decaballeros» a la británica manera.Si el pacto funcionaba, las tres partes implicadas obtendrían un beneficio. Los militares veríanconjuradas las tres bichas que más odiaban, Fraga satisfaría su ambición política, y el Rey tendríaapaciguado y monarquizado al Ejército. De otra parte, la democracia con límites y controles, sinprisas ni atropellos, que Fraga defendía era la misma que Estados Unidos venía aconsejando al Reydesde antes de su ascenso al trono: el go slowly recomendado por Kissinger.¿Tomaba Fraga esa iniciativa por su cuenta? Una reunión no oficial, no de Gobierno, con asistenciade dos vicepresidentes y tres ministros no se improvisa de un día para otro, ni se produce sin el vistobueno del presidente. Es obvio que Arias no fue consultado sobre aquel encuentro, cuya finalidad eraprecisamente la previsión del escenario político después de su salida. Pero no cabe dudar de que elRey lo supo con antelación y, si no lo alentó, tampoco lo desalentó.Por entonces Fraga era una baza sólida del Rey. Lucía la aureola british de embajador «enviadolejos por Franco». Era dialogante con los opositores socialdemócratas, liberales, democristianos ysocialistas. Tenía chance con la prensa nacional y extranjera. Llevaba bajo el brazo el memorial desu proyecto de Constitución. Hablaba con autoridad y se le escuchaba con respeto... Incluso habíatenido la suerte de estar fuera de España cuando la masacre de Vitoria.No habían comenzado todavía sus detenciones, sus cargas policiales, sus furias represoras.El lunes anterior al almuerzo de Fraga con los cuatro tenientes generales del Gobierno, exactamenteel 1 de marzo, el Rey recibía al embajador americano Wells Stabler. Y de buenas a primeras leconfió: «No tengo más remedio que continuar con Arias, aunque es evidente que no tiene liderazgosobre su equipo de Gobierno, es indeciso, la reforma prometida va demasiado lenta.» Se quejó

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