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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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El Rey, abroncado en GernikaAl fin, el 3 de febrero abrió la niebla en Foronda y el Mystère del Rey despegó hacia el norte. Unviaje difícil, que no podía, que no debía demorarse. Era preciso afrontarlo. Y el Rey lo hizoechándole coraje. Ir a Euskadi era una gran asignatura pendiente. Era ir a la España esquizoide queen Loyola echaba las campanas a volteo y en Vitoria pintarrajeaba las paredes con graffiti deErregeak Kanpora!, «Reyes fuera», a la calle. La España vasca que en la plaza de Moyúa aclamabala presencia de los Reyes y dos calles más allá desplegaba ikurriñas gritando gora Euskadi taaskatuta! o «Reyes no, amnistía sí».Era necesario ese encuentro cuerpo a cuerpo, fervoroso y hostil, con unos hombres que en los AltosHornos de Barakaldo y Sestao se apretujaban para fotografiarse con el Rey, y que en Azkoitia y enAtxondo le exigían: «¡Danos las doscientas millas libres! ¡Suéltanos a nuestros presos!» Sí, eranecesario que el Rey pisara con naturalidad aquel trozo de España, sin dar ni pedir nada, sin regalarindultos ni mendigar aplausos. Los «negocios» de un Rey en su patria y con su gente tienen que sersencillamente eso: un encuentro pie a tierra con el pueblo, díscolo o amante.Ir a Euskadi era un gesto de reinado. Nada más. Y el Rey tenía que hacerlo. Un rey es símbolo ypresencia. Por eso reinar es estar. Y el Rey estuvo.El macero gritó Erregeak! ¡Siglos que esa palabra allí no se decía! «¡Los Reyes!» ¡Cuántos años,siglos, que esas palabras allí no se decían! La Casa de Juntas, una herradura de asientos prietos yoscuros rezumando historia del señorío vizcaíno, se venía abajo de la ovación. La trompetería demiñones hacía sonar el «Agur jaunak», de salutación, como siglos atrás los antepasados de estosjunteros de ahora recibían a los Reyes de Castilla, que al atravesar el umbral de «este sagradorecinto del árbol milenario...», y sólo después de jurar los fueros «so el árbol de Gernika»empezaban a ser señores de Vizcaya...La Cámara los ovacionó en pie. Pero una veintena de junteros de Herri Batasuna permaneciósentada, y cruzada de brazos y con ropas de venir de arar. El Rey se fijó en ellos al entrar, mientrasavanzaba hacia el estrado.Luego sobrevino el incidente. Estaba preparado. Y el Rey lo sabía. No hubo sorpresa, pero afrontóel trago. Desde la víspera le habían preparado en folio aparte unas palabras para apaciguar eltumulto, si se armaba. Mario Onaindia y Ortzi Letamendia se lo dijeron a algunos periodistas:«¡Mañana habrá follón en Gernika! ¡Y bien sonao! Yo le plantearé al Rey el tema de los indultos.»«Estaremos presentes, pero en actitud de rechazo. No a la persona del Rey, sino al Estado que élrepresenta. Un Estado que no nos ha devuelto ni nuestras libertades ni nuestra soberanía.»El Rey se dirigió al atril. Apenas acababa de despegar los labios: «Siempre había sentido elanhelo de que mi primera visita como jefe del Estado a esta entrañable tierra vasca...», cuando laveintena de herribatasunos se alzó desde sus asientos. Puño en alto, inmóviles, mirando al techocomo iluminados, rompieron a cantar el «Eusko gudariak», el himno antiguo y viril de los guerrerosvascos.Calló el Rey. Un escalofrío recorrió la herradura. La replica surgió inmediata. Dos o trescentenares de políticos de todas las «políticas» allí concentradas estallaron en una ovación caliente,incesante, que parecía sin fin: ocho, diez, doce minutos, con gritos de «viva el Rey», «viva España»,«viva Euskadi», «viva Euskadi española y vasca». Una batalla sonora a todo volumen. Unparlamentarismo bronco donde luchaban a voz en cuello los del «Eusko gudariak» repetido una y

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