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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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Gutiérrez Mellado y le dio la noticia, el ex vicepresidente no daba crédito: «¡Imposible! ¿Usted havisto esa carta, Velarde? Eso se ha hecho a espaldas nuestras. Ni Suárez lo habría permitido, niRodríguez Sahagún, ni yo. Esa carta se ha enviado sin mi autorización. Ha sido una puñalada depícaro...» Gutiérrez Mellado estaba muy disgustado: «Hemos entregado, porque sí, sincontrapartidas, no una posibilidad, sino una realidad presente de que España disponga de su propioarsenal nuclear. Y se ha hecho en nombre del Gobierno de España, pero sin contar con elGobierno...»El teniente general Alfaro Arregui, presidente de la JUJEM, partidario de que España tuviese supropio potencial atómico, fue también sorprendido por «una gestión de tal importancia y tansubrepticiamente realizada». «¿Quién lo ordenó —se preguntaba—, quién presionó, quién seaprovechó de la interinidad del Gobierno?» [17] Eran interrogantes que no pretendían respuestas:todos ellos sabían perfectamente «quién».La desnuclearización era una parte del lote al que Calvo-Sotelo se había comprometido con el Reypara recibir la presidencia del Gobierno. El ingreso en la OTAN, sin referéndum, por mayoríaparlamentaria simple, completaba el lote. Y también en eso se apresuró Calvo-Sotelo, anunciandoante las Cortes su compromiso de ingreso el 18 de febrero, una semana antes de ser investido. [18]Al concluir la audiencia, el Rey apremió a Leopoldo a «recuperar la normalidad», «cerrar elparéntesis de poder interino, abierto desde hace un mes con la dimisión de Suárez» y «dar a conocerel nuevo Gobierno cuanto antes».—Señor —dijo Leopoldo—, si en esta casa me dejan una mesa, una silla y un teléfono, hablo contres o cuatro personas, y termino de cuadrar el equipo.—Aquí mismo —le propuso el Rey—, te quedas en mi despacho. Yo me voy porque tengo unascosas que hacer.Leopoldo se resistía, pero el Rey insistió:—No, no, te quedas aquí. Además es muy cómodo, porque aquí está el teléfono rojo, por si tienesque hablar con algunos ministros para hacer permutas de carteras...—Pero, señor, ¿cómo se va a sentar un monárquico de los que iba a Estoril desde los añoscuarenta, en la silla del Rey, eso que antes se llamaba «el trono»?—¿Cómo? ¡Pues sentándote...!«Y con autoridad incluso física —recordaba Calvo-Sotelo años después—, me empujó y me sentóen su sillón de despacho. Y allí acabé de combinar el Gobierno.»Aquella «promiscuidad» entre la Corona y el Gobierno no era muy ortodoxa, pero... había prisa.Leopoldo se jactaba después: «A mí, para ser presidente, no me eligió Adolfo; me eligió el Rey.»Una jactancia que sólo se entiende cuando uno no puede decir «a mí me eligieron los ciudadanos enlas urnas».¿Consejo de guerra o simulacro de Estado?Decía Calvo-Sotelo: «La decisión más importante que tomé fue acotar el problema de los juiciosmilitares. Acotar en cuanto a las personas y al tiempo. Y resultó buena.» Que el Gobierno decida apriori a cuántos y a quiénes se ha de procesar, y tase la velocidad y la duración de los juicios, esalgo que atenta contra el sentido natural de la justicia, cuya fiabilidad radica precisamente en laausencia de premeditaciones y prejuicios. Así pues, la decisión «previa» de Calvo-Sotelo inoculabaya a los juicios un vicio de origen.

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