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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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habían ofrecido encabezar la candidatura.—Algunos compañeros parecen haberse equivocado de partido —dijo Dieter—; deberían afiliarsea organizaciones anarquistas, trotskistas, leninistas, si lo que les gusta es seguir pataleando. Ahorabien, si el PSOE aspira a gobernar en España, ha de saber que los compañeros alemanes apuestanpor la moderación que representa Felipe; no creemos que la alternancia en el poder estatal se puedahacer con un PSOE tan escorado a la izquierda, como expresan las ponencias bajo su dirección y lalista de Gómez Llorente, Castellano, Bustelo, Sotelo... [58]Ni siquiera necesitó sugerir que, con ellos al mando, se cerraría el grifo financiero.Aquella noche, Felipe González subió a La Zarzuela —llamado por el Rey— y le explicó lo queestaba ocurriendo y lo que iba a ocurrir. Como sus tesis habían sido derrotadas, él dimitía, no sepresentaba a la reelección, aunque le reclamasen a gritos hasta romperse la garganta... Al partido levendría muy bien una temporadita de sede vacante, cuatro meses con una gestora interina. «A ver sien ese tiempo maduran, dejan de ser intelectuales teóricos y caen en la cuenta de que gobernar es elarte de lo posible, que desde el Mayo francés han pasado muchos años, y ya no tenemos edad deandar pintarrajeando las paredes y pidiendo lo imposible.»El Rey estaba preocupado, porque de ese XXVIII Congreso tenía que haber salido el«socialrealismo», la socialdemocracia, una izquierda templada, idónea para gobernar. Incluso paragobernar en coalición con una UCD cuya evolución natural parecía ser la democracia liberal convetas de democracia cristiana. Como las alternancias sin vuelcos ni estruendos de Alemania. Pocassemanas antes lo había comentado con Walter Scheel, ya a punto de dejar la presidencia de laRepública Federal de Alemania, mientras almorzaban juntos en Palma de Mallorca. Después deescuchar a Felipe, el Rey se quedó más tranquilo. Notó en el líder socialista enfado con los de supartido, pero seguridad en sí mismo, un aplomo que tradujo interiormente: «Éste se va, pero sabe quevuelve.»A la mañana siguiente, Felipe había cambiado su elegante traje gris y corbata de seda azul de lavíspera por unos jeans ásperos y un pulóver oscuro. Como cualquier soldado Brown, como cualquiermilitante de base.Escuchaba los gritos «¡Felipe, quédate!», «¡Felipe, no dimitas!», «¡Felipe, sigue, sigue...». Hastaun «¡Felipe, sálvanos!» se llegó a clamar en la inmensa sala.Subió al podio. Extendió los brazos hacia el frente, con las palmas abiertas intentando parar aquelvocerío. Cuando al fin se hizo el silencio, se remangó el pulóver casi hasta los codos:—¡Estoy cansado! —Fue la respuesta, el saldo, la factura—. He trabajado mucho. Me he volcado.Ahora espero que este compás de reflexión sea positivo. Sólo seré un militante de base.Declaró que «hay que ser socialistas antes que marxistas». Y explicó que «un impulso ético melleva a no presentarme para la dirección, porque con los papeles que habéis aprobado yo no puedoconducir el partido a una opción real de gobierno. Y ese mismo impulso ético me obliga a seguir enel partido: ¡ni una sola retirada, compañeros!» [59]Incluso los analistas que trabajaban para Adolfo Suárez, en sus inmediatos apuntes concluían que elgesto ético de González, su dimisión, «había mostrado su estatura de gran líder, incluso de estadista»,y que había sido capaz de transmutar «su derrota en una apoteosis», lo cual le convertía ante losciudadanos españoles en «la figura política de mayor credibilidad en estos momentos». [60]Pocos días después, el militante de base Felipe sobrevoló el Atlántico con su amigo EnriqueSarasola, Pichirri, un hombre de negocios, mitad gánster, mitad ángel, amigo de Fidel Castro, deGabo García Márquez, de Adnan Kashogui, de Belisario Betancur, de Carlos Andrés Pérez, de OmarTorrijos, de Jesús de Polanco, de «los Albertos» Cortina y Alcocer, de las hermanas Koplowitz, de

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