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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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eglamentariamente cursado, estaba desde hacía un par de días sobre la mesa del presidente Suárez.Los presuntos firmantes eran los capitanes generales Pedro Merry Gordon, Luis Polanco Mejorada,Ángel Campano López, Jaime Milans del Bosch y Jesús González del Yerro. Al parecer, en el escritoexponían al presidente Suárez sus discrepancias sobre la marcha política de la nación y acontinuación indicaban lo que sin más demora debía hacerse. La periodista telefoneó a los cincocapitanes generales. Uno tras otro, negaron haber escrito o firmado «ningún texto dirigido alpresidente del Gobierno». Milans del Bosch, desde Valencia, fue más explícito dentro de sunegativa:—Si existe tal documento, desde luego yo no lo he firmado. No me lo han presentado para lafirma... Pero entiendo que, si unos jefes militares no están conformes con la manera en que segobierna el país, no se dirigirán al jefe del Gobierno, que es el responsable de todo eso que losdisgusta y que va mal: se dirigirán a quien puede hacer que las cosas cambien... ¿Me explico?Se explicaba muy bien. Su tono de voz era más rotundo y enfático cuando pronunciaba las palabras«jefes militares», «no están conformes», «todo eso que los disgusta», «a quien puede hacer». Pero,sobre todo, aclaraba la cuestión: sus compañeros de generalato no mentían al decir que no habíanescrito ni firmado texto alguno «dirigido al presidente del Gobierno». El error estaba en la pregunta.Porque, como apuntó Milans, el destinatario tendría que haber sido «quien puede hacer que las cosascambien»: el Rey.En el Ministerio de la Defensa informaron a la periodista con menos tamices: «Sí, cierto, hay algode eso. Un escrito, reglamentariamente encauzado, pero no enviado al presidente Suárez, sino al Rey,en su condición de capitán general de las Fuerzas Armadas. Es decir, varios militares altamentecualificados se dirigen jerárquicamente a su capitán general.»El asunto iba tomando unos perfiles cada vez más inquietantes. Al pie de la letra, lo que mesesatrás escribía Pedro Rodríguez para describir un supuesto anticonstitucional máximo: «Bastaría undiagnóstico técnico de la grave situación nacional que llevase a los mandos de las Fuerzas Armadasa ponerse al habla con el jefe del Estado.»Siguiendo río arriba sus pesquisas, la periodista llamó por teléfono al general Sabino FernándezCampo, secretario general de la Casa del Rey. No disimuló Sabino su contrariedad porque el tema dela carta hubiese trascendido y porque en Defensa no lo hubieran negado. Fue asturianamente hábil ensu respuesta:—Ese escrito, o no se ha producido, o al final lo han pensado mejor y no le han dado curso, o... noha llegado a su destinatario. Y hay que congratularse porque, si se cursara un escrito de ese tipo, unpliego de condiciones de Gobierno dirigido a Su Majestad, los remitentes estarían poniendo al Reyen una tremenda alternativa: o disentir y tener que ordenar una fuerte sanción para los firmantes, porencumbrados que fueran; o consentir y... arruinar la vida democrática con ese consentimiento. Pero,insisto, ese escrito aquí no se ha recibido... que yo sepa. [48]También Fernández Campo se explicaba. Érase una carta que se perdió en el camino y nunca llegóa La Zarzuela.Todos estamos conspirandoÉse era el clima. Incierto. Azogado. Impaciente. Electrizado. Murmurador. Y sospechando unos yotros de algún tejemaneje palaciego, una conspiración de terciopelo, de esas que se deslizan sinsentir.

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