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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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CAPÍTULO 4Armada «interpreta» al ReyEl poder de audiencia, un arma peligrosaTiene el Rey una potestad no escrita en la Carta Magna, aunque se entiende como instrumentonecesario para su función de «arbitrio y moderación de las instituciones del Estado»: el poder deaudiencia. Antes como Príncipe y luego como Rey, Juan Carlos lo ha utilizado a fondo. Unas veces,para informarse sobre la realidad circundante o tomar el pulso a los estados de opinión; otras, paramediar en un conflicto entre poderes, o conciliar a personas que estaban enfrentadas y debíanentenderse; y otras, la mayoría, para ser pararrayos de iracundos y oidor de descontentos. También,en ocasiones, ha usado la audiencia para que le llegara a un tercero un mensaje suyo «por boca deganso». Todo ello entra en el quehacer de un monarca que es Hispaniae moderator. En esasaudiencias nunca ha habido más filtro ni selección que la necesidad de Estado, o su «real gana».Así se lo dijo, destemplado y con lengua rota, a Adolfo Suárez, el 3 de julio de 1980. Estaba devisita oficial en España el primer ministro francés, Raymond Barre, con un nutrido séquito deministros, entre ellos el antiguo embajador y amigo de Don Juan Carlos, Jean-François Deniau,ascendido a ministro de Comercio Exterior. Deniau se excusó de asistir a la comida que el Gobiernoespañol ofrecía en el palacio de Viana. A Suárez le dio mala espina. Supuso que, con el pretexto deque era un apasionado de la navegación y de los barcos, podía haber ido a La Zarzuela a entregarleal Rey un libro o unos folletos de equipamiento de balandros o de turbinas de último modelo y, depaso, tratar entre ellos cualquier asunto bilateral, de parte de Giscard. Acabados los brindis y el caféen Viana, Suárez le indicó a su chófer que enfilase hacia La Zarzuela. Dentro ya del recinto, en elcamino asfaltado que llega hasta palacio, el coche de Suárez se cruzó con el vehículo, con matrículadiplomática, donde el ministro Deniau regresaba de su visita al Rey.Irritado por el evidente puenteo, Suárez entró a ver al Rey espetándole sin más preámbulos:—Acabo de cruzarme con Deniau, que salía de aquí. Su sitio y su cubierto han quedado vacíos enla comida oficial que yo he ofrecido en Viana. Mañana los periódicos se preguntarán por qué y larespuesta está aquí... ¿Puedo saber la razón? Me siento obligado a recordarle al Rey que en este paíssólo hay una política exterior, sólo una, y la hace el Gobierno.La conversación no fue precisamente suave como la seda; más bien, áspera y malhumorada. Noaguantaba el Rey que Suárez le leyera la cartilla, así que a bote pronto le descargó unos cuantosreproches sobre «las diplomacias paralelas y extravagantes» que él trazaba por su cuenta...—¿Quieres saber por qué Deniau se ha zafado de tu comida y ha venido a verme? Pues, te lo voy adecir, porque te vendrá muy bien saberlo: me ha traído un mensaje de Giscard. Me ha explicado losgraves apuros presupuestarios de la Comunidad Europea, el cheque británico, las disputas por losfondos de cohesión... Lo que está impidiendo nuestra entrada no es un cerrojazo de Giscard, comocreéis aquí. Me ha dicho, literalmente, que mi primo, el presidente Giscard, no me llama por teléfonodesde hace siete meses, ¡siete meses!, «porque se ha dado cuenta de que es Suárez quien decide». Osea, hasta lo que es mi único recurso, descolgar el teléfono y hablar en directo con un jefe de Estado,me lo has bloqueado. Sí, sí. Y dejando aparte lo que a mí pueda cabrearme, es bastante perjudicialque Giscard perciba o piense que el Rey de España no toca bola.

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